Con la célebre frase "On ne tue point les idées'' (Las ideas no se matan), escrita por Domingo F. Sarmiento en la Sierra Chica de Zonda, en San Juan, en su paso al exilio en Chile se dio el punto de partida para inscribir una de las alegorías más importante con la que quedará registrada en el mundo de la filosofía, particularmente cuyana de nuestro suelo sanjuanino, nuestro modo de ver el conocimiento. Con el, tendrá lugar nuestro sentir, y nuestro pensar y se inaugurará una nueva era de autonomía y de humana razón que encarnará en el hombre el criterio de verdad, un criterio para valorar la perfección de nuestros conocimientos en relación a su pretensión de verdad, en relación a la verdad que de ellos podemos esperar, "criterio de verdad'' que tiene total garantía hasta que se reconozca el principio en el que se fundan las bases de toda construcción del pensamiento y el desprendimiento de la idea sobre la piedra, conducido por el viento mismo que "sopla'' entre todos los hombres.

Se trata de una explicación simbólica, que realizamos a partir de la actual situación en la que el hombre del siglo XXI se encuentra respecto a la independencia de su pensamiento y certeza del conocimiento. En el explicamos nuestra teoría de cómo podemos extraer la presencia de los dos fundamentos sobre los que se apoya la razón del hombre: el principio material de la razón (conocido a través de la reflexión) y el contenido mismo de la expresión (sólo posible mediante el uso interpretativo del testimonio realizado).

La explicación está dada por un conjunto de hombres que durante cientos de años transitan por los senderos que conforman el valle de la Quebrada de Zonda. Estos hombres no advierten que las montañas y cerros que conforman el atajo transportan cada año el soplo del viento zonda. Sólo algunos pocos testigos cada un centenar de años experimentaron como éste arrasaba con cuanta construcción y plantación o bosque se encontraba. Es que el fundamento de la roca inconmovible, propiciaba que formándose un cañón su fuerza era tan violenta que despertaba las mentes dormidas de tantos pensadores que transitaban aquel lugar. A pesar de observar a su alrededor nadie advertía la presencia de las majestuosas elevaciones, pues sólo aquel que las notaba, caminaba sus desfiladeros y se aventuraba en soledad a conocer y sentir nuevas impresiones que le deparaban unos y otros lugares. Pero es que accidentalmente y por propia iniciativa este pensador era llevado a ver y explorar nuevos pensamiento a partir de los cuales podría enfrentar el mundo que le tocaba vivir. Mientras continuaba su camino e irritado por el viento zonda, recordaba uno a uno los sucesos por los que había pasado; injusticias, ser ignorado, despojado de sus posibilidades y metas y absorbido por un mundo que no lo dejaba vivir y realizarse como humano que era. Seducido por la imponente naturaleza, recobra fuerzas y reconoce su capacidad de autonomía y humana razón y mueve su voluntad hacia el criterio de verdad.

Una vez alcanzado este, vuelve y registra sus pensamientos sobre la roca alcanzando así la llave del "mercurio filosofal'' que ya no es la piedra misma, sino la expresión de la idea sobre la piedra que sale por decisión misma del hombre y comienza a testificar en el mundo expresándose con toda la fuerza. Así es cuando este hombre, si logra salir de la quebrada y no envolverse en el soplido del mismo viento Zonda, que seca las mentes y mata al pensador, comienza a depender de sí mismo, por sobre cualquier interés y comienza así la defensa de la verdad, pues la ha reconocido definitivamente y ha tornado la simple idea sobre piedra en el permanente soplo que tiene el soporte de la verdad y llega a todo hombre emancipado que construye su destino en ella.

Sólo así, mediante un recurso místico de reflexión oportuna, libera el hombre sus pensamientos y encarna en vida en francas acciones que jamás abandona y fortalece a otros hombres debilitados y agobiados por ese viento que agobia y duerme la razón si es que ellos eligen, no ser despertados sólo por la ambición y si ser superados por su humana condición.