Por el presbítero Pedro Raúl Zalazar 

Vicario parroquial del Santuario Arquidiocesano Inmaculada Concepción.

 

Desde el siglo IX se reza un himno latino que comienza con estas palabras Ave Maris stella (Salve Estrella del Mar) en la Liturgia de las Horas de la Iglesia Católica en vísperas de las fiestas marianas. Contiene en una de sus estrofas la antífona “Monstra te esse matrem” (Muéstrate Madre para todos).

Es una invocación de confianza. Es una oración del peregrino, del creyente, del que sufre y de todos aquellos que vienen a invocar a María en los santuarios marianos de todo el mundo.

Aquí en San Juan, tenemos uno. Se trata del “Santuario de la Inmaculada Concepción del Pueblo Viejo”, de la primera fundación. Al entrar, nos encontramos con la imponente imagen de la Virgen María Inmaculada. Esto es, en el centro del altar mayor, en el moderno retablo, a una altura y en un lugar al que es imposible no mirarla.

La Iglesia Católica venera a los santos y a María de una manera muy especial. Pero no los adora. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría. Por eso el culto católico “no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes, que nos conducen a Dios encarnado. La mirada que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen” (Santo Tomás de Aquino, S.T, II-II, 81, 3, ad 3.).

Por eso, el hombre siempre ha usado pintura, figuras, dibujos, esculturas, etc., para darse a entender o explicar algo. No está, pues, la tradición Católica contra la Biblia.

Como dijimos, en el altar mayor, se encuentra la imagen de María Inmaculada, que está sobre el globo terráqueo rodeada de rostros de ángeles. De ella salen doce rayos que terminan en estrellas, haciendo alusión a la Mujer del Apocalipsis: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1). Esta bella imagen de María Inmaculada la esculpió el artista uruguayo, Ignacio Puig, amigo de Monseñor Sansierra, quien le encargó el trabajo de confeccionarla, tallada en madera noble, con colores muy llamativos como el verde oscuro turquesa, con filetes dorados de la capa y el ocre del manto, poco común al celeste y blanco clásico de la Inmaculada. Esta misma imagen fue coronada en el año 1981, con una corona completamente de oro, con elementos donados por los feligreses para tal fin, bendecidas por monseñor Antonio López Soler.

En el Santuario también se encuentran otras imágenes y cuadros de María Inmaculada. Una de ellas, aún más antigua, sobrevivió al terremoto de 1944. Fue rescatada por medio de cuerdas de entre los escombros y se la colocó frente a la plaza. Esta es más pequeña y es la que se saca para las procesiones en la fecha patronal. A pesar de sus años no se ha quebrado nunca, pareciera que se debe a su material, que no se puede determinar cuál es.

Todo comienza desde el primer instante del día 8 de diciembre con vigilia de oración. Luego a las 5, se realiza como año tras año, una procesión con la imagen de la Virgen Inmaculada. A su llegada al Templo del Santuario se celebra la Santa Misa. Es la primera Misa de otras que se siguen a lo largo de toda la mañana. En la tarde se convoca a la procesión solemne para manifestar la fe y devoción de todo el pueblo católico como expresión de amor mariano del pueblo viejo de Concepción y de casi toda la provincia. Hace cuarenta años que monseñor Sansierra declaró Santuario Arquidiocesano a nuestra querida parroquia. Por eso estamos de fiesta en este 2017.