Hace algunos años, comencé la clase de Ética Profesional para alumnos universitarios con un breve cuestionario sobre la enseñanza de la ética. Los destinatarios eran estudiantes de carreras que se cursan en la Universidad Católica de Cuyo. Los resultados además de reveladores, me permitieron repensar contenidos y estrategias pedagógicas. Comparto algunos datos.


De los 300 alumnos intervinientes, el 60% pensaba que la ética era en realidad una moral religiosa disimulada. De aquí obtuve una primera conclusión: la pérdida de vigencia de la religión arrastró consigo a la ética. La confusión es grande y no es un dato menor si se quiere hablar de una ética basada en virtudes. Porque las virtudes siempre han estado asociadas al ámbito religioso. Sin embargo, Aristóteles, filósofo precristiano (Grecia, 384 a.C), considerado el padre de la Ética, repetía que la auténtica educación ética no consistía en enseñar qué es el bien, sino obrar el bien. Es decir, educar en virtudes. Nos encontramos así frente al desafío de reivindicar la importancia de la enseñanza de la ética de las virtudes, más allá de la cosmovisión filosófica o religiosa de cada cual.


De un segundo conjunto de preguntas pude advertir el pesimismo que ha ganado terreno en el espíritu de nuestros jóvenes. La mayoría de ellos (70%) considera que vivimos en una sociedad deshonesta y encarnan la falta de ética en la clase dirigencial. Nos encontramos así ante otro desafío. Cual es hablar de la necesidad de mayor participación ciudadana y formación de nuevos liderazgos éticos, en una franja etaria marcada por el relativismo moral que les dejamos como pesada herencia. Para ello las aulas universitarias deben reciclarse y convertirse en espacios de construcción de pensamiento ético propio. El docente, por su lado, no debe abdicar de su misión de mostrar el bien y los caminos que conducen al mismo. Después, cada uno elegirá desde su libertad interior. 


Tampoco escapa la mirada crítica de los alumnos hacia la docencia universitaria en general. En un tercer grupo de preguntas, se les pidió que señalaran en orden de importancia las características que debía reunir un profesor. El 65% priorizó el perfil ético del docente, por encima del nivel académico de sus clases. Recuerdo una frase que puso una alumna al pie de página del cuestionario: "Muchos docentes hablan de solidaridad, pero pocos la practican". Pienso que esa frase resume un sentimiento común entre los alumnos, cercano a la decepción. Aclaro que siempre he pensado que la formación ética universitaria no debe quedar reservada exclusivamente a los profesores de ética. Nos encontramos así ante el desafío de transversalizar la ética, que he defendido desde el aula como desde la gestión. La formación universitaria requiere de docentes que impregnen de ética sus clases. De allí la importancia de los modelos de referencia en el aprendizaje de la ética. Con gran sabiduría escribía Pablo VI: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (Evangelii Nuntiandi, n. 41). En una palabra, el docente debe ir por delante con el ejemplo.


Pero el dato que más me llamó la atención fue el valor que atribuyen a los tribunales de ética de los organismos de control del ejercicio profesional (Foro de Abogados, Consejo Profesional de Ciencias Económicas, Colegio Médico. Colegio de Psicólogos, Colegio de Enólogos, Colegio de Bioquímicos, etc.): más del 60% de los alumnos que respondieron el cuestionario objetaron las sanciones previstas por ser demasiado "leves" y la falta de actuación de oficio de los órganos respectivos. Los debates siempre fueron intensos en este punto. Aunque debo confesar que, a mayor discrepancia, mayor satisfacción personal he logrado. Cuenta el relato que cierta vez ante un grupo de alumnos poco participativos, un docente les preguntó cuántos coincidían con su punto. La mayoría levantó la mano. El profesor tomó sus libros e intempestivamente se retiró del aula diciendo: "Gente, hoy he fracasado como docente. Vuelvo cuando sean capaces de pensar por cuenta propia". Al fin y al cabo, como decía Madre Teresa: "Enseñarás a volar, pero nunca volarán tu vuelo". 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo