La reciente conmemoración de los cuarenta y dos años de la guerra por las Malvinas, no sólo ha servido para demostrar el hondo sentimiento que cala en el pueblo argentino en relación a nuestra legítima potestad soberana, sino también para sacar a luz nuevamente su historia, la cual habla por si misma sobre nuestros fundados derechos. En esta amplia historia afloran también sucesos con visos de patriadas, algunos de ellos aún cubiertos de sombras, o a la espera de un esclarecimiento total. Uno de ellos es el accionar de un personaje casi mítico, llamado “el gaucho Rivero”. Es pertinente decir que el suceso que protagonizó el nombrado suscitó y aún promueve agudas polémicas historiográficas, pues algunos historiadores condenaron su conducta y otros la ensalzaron, aunque últimamente y a la luz de otras interpretaciones es considerado como un acérrimo defensor de la argentinidad. Tal personaje era entrerriano de origen, había nacido en la primera década del siglo XIX, en realidad sus datos biográficos son escasos, exceptuando su actuación en el archipiélago malvinense. Se dice de él que le sobraban agallas, medio pendenciero pero con un corazón argentino grandote. Antonio Rivero fue llevado en 1827 con sólo veinte años de edad, a las islas Malvinas por don Luis Vernet, quien lo había contratado, sabiendo de sus excelentes destrezas camperas criollas, para trabajar como un simple peón, en aquel el frío campo austral -perteneciente a Vernet- lejos del frondoso paisaje de Entre Ríos. Para ese tiempo, lleno de sucesos y controversias diplomáticas, en nuestras islas los marinos ingleses habían recalado en la corbeta “Clio” y luego de la usurpación, dejaron a un colono irlandés llamado William Dickson a cargo de la administración de las islas, además de tener que izar la bandera inglesa, como símbolo de su imperio. En tanto, los peones de Vernet, entre los que se encontraba Rivero, comenzaron a protestar debido a la pésima paga que tenían, que se abonaba en formas de vales, que a su vez este señor Dickson no aceptaba, pues el oficiaba de administrador, ejerciendo un estricto monopolio monetario. Y como si fuera poco, esta gente argentina andaba media hambreada, ya que se les había prohibido cazar animales, excepto el ganado cimarrón, cosa que era dificultosa. Poco a poco el descontento comenzó a cundir en este grupo de gauchos, que concluirán con un levantamiento o motín. Dicha sedición se produjo el 26 de agosto de 1833, siendo uno de los cabecillas, el “gaucho Rivero”, seguido por un grupo de peones. En la asonada se dio muerte a cinco personas, entre ellos William Dickson. Se dice que ellos arriaron la bandera inglesa e izaron la nuestra, aunque de esto último no hay pruebas suficientes. Pasado este infausto episodio, el resto de los pobladores, que fueron respetados, se apartaron de este grupo y vivieron así por varios días. En enero de 1834 arribaron a las islas unos buques ingleses, quienes rápidamente apresaron a los argentinos y los encadenaron, embarcándolos rumbo a Gran Bretaña. Allí fueron juzgados, pero finalmente por disposición de las autoridades militares inglesas, los embarcaron nuevamente, pero no a las islas Malvinas, sino a Buenos Aires. ¿Qué pasó a posterior con Rivero? No hay datos precisos, aunque algunos historiadores afirman, que participó valientemente en el combate de “La Vuelta de Obligado”, en noviembre de 1845.

 

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia