Una de cada cuatro personas en todo el mundo es joven. En los países latinoamericanos, ellos representan entre el 25 y el 30 por ciento del total de la población. De ahí que resultan valiosos los datos de la Primera Encuesta Iberoamericana de Juventudes en la que la Organización Iberoamericana de Juventud intentó dar voz a los 150 millones de jóvenes que integran la región.

El estudio que midió los índices de expectativas juveniles, reveló que dos tercios de los jóvenes de Iberoamérica tienen una mirada optimista con respecto al futuro y esperan mejoras en el medio ambiente, la educación, la corrupción y la desigualdad. Las cifras arrojadas por el estudio, fruto de las entrevistas a más de veinte mil jóvenes de entre 15 y 29 años, procedentes de veinte países de la región, dieron a conocer que los jóvenes en América latina son optimistas respecto de su futuro: cerca del 70% de ellos cree que su situación en cinco años va a ser mejor que ahora.

Asimismo los chicos que viven en villas y asentamientos de Capital Federal y Gran Buenos Aires relevados por Unicef y Techo para mi País tienen una mirada optimista sobre su situación personal y frente al contexto que los rodea. Cuando se los consultó sobre sus expectativas para el futuro, el 68,9% opinó que Argentina estará "’mucho mejor” o "’mejor” que ahora. Pese a vivir en condiciones precarias, los jóvenes que viven en villas y asentamientos del área metropolitana de Buenos Aires reivindican su barrio, valoran a la familia y a los amigos, confían en que la escuela los ayude a forjarse un futuro mejor y son optimistas, en lo personal y sobre la situación del país. Lo que más les preocupa es la inseguridad y la violencia, seguido por la drogadicción, el alcoholismo y el desempleo.

Los jóvenes de hoy son ciudadanos de un mundo globalizado, pero a la vez, tal como señala el estudio iberoamericano, están atados a lo local por las desigualdades y exclusiones de nuestras sociedades polarizadas. Ellos no son el futuro. Son el presente al que los gobernantes y las clases dirigentes deberían prestar oído, escuchando sus propuestas y anhelos, sin defraudarlos más en sus esperanzas. No son descartables, sino personas con proyectos de vida que, no obstante la mediocridad y desinterés en gran parte de quienes son responsables de poner en acción el principio del bien común, siguen apostando por la vida.