En 1932 la antigua catedral de San Juan fue declarada monumento histórico nacional, en reconocimiento a su arquitectura.


Setenta y siete años pasaron de la catástrofe telúrica que quebrantó la historia local, tanto tangible como intangiblemente. El San Juan colonial se derrumbó, edificios, residencias, casas, etc., cayeron. En el imaginario sanjuanino, de acuerdo a lo que escuché por boca de nuestros mayores, una de las pérdidas arquitectónicas más comentada y lamentada es la de la antigua catedral.


A un día de recordarse un nuevo aniversario del terremoto ocurrido el 15 de enero de 1944 evocamos a esa construcción tan ligada a la espiritualidad de los sanjuaninos. 


La edificación de lo que fue nuestra representativa catedral, se inició bajo la dirección de la Orden de los Jesuitas, ofrendándola en ese entonces a San José. Su admirable arquitectura, de la que sólo quedan fotos para contemplarla y deleitarse, se erigió mediante la contribución pública y la asidua energía de esta orden religiosa. La historiadora Celia López expresa datos interesantísimos e inéditos acerca de su construcción: "Cuando se analiza la cantidad de donaciones que la residencia jesuita recibió para la nueva iglesia (...) no cabe duda acerca de la magnitud de semejante obra arquitectónica. Así también, es fácil imaginar cómo la construcción de este edificio pudo interrumpir la tranquila vida sanjuanina alrededor de la plaza entre los años 1751 y 1767...". En relación a su descripción existen numerosos escritos por ejemplo la del sacerdote Francisco Enrich; razón por la cual referirse a estos aspectos sería redundar en detalles. No obstante, es atinado reseñar algunos datos acerca de las obras finales o modificaciones que se plasmaron, emprendidos tiempo después. Luego de la remoción de los jesuitas, el templo quedó bajo la tutela del clero diocesano. Es así que otros sacerdotes -y también laicos- continuaron con los trabajos de arreglos generales y adornos, especialmente del interior del fastuoso templo, poniéndolo a tono con la fisonomía arquitectónica que iba adquiriendo la ciudad de San Juan. En la larga relación de dignatarios eclesiásticos que se preocuparon por aquella Iglesia Matriz, se desatacaron Fray Justo Santa María de Oro, Timoteo Maradona, Eufrasio Quiroga Sarmiento, Wenceslao Achával, entre otros más. Fueron importantes las reformas edilicias que forjaron estos prelados. Una de las innovaciones fue la realizada en 1817, cuando las columnas fueron revestidas de colgaduras y artistas italianos fueron traídos especialmente desde Buenos Aires para vivificar y completar el dorado de los altares. También es sorprendente el estuco o yeso con que se enlució el frontispicio, o la construcción de la segunda de sus torres, que había quedado inacabada; trabajos ejecutados en 1824. Otro adelanto fue la bella y enorme puerta de hierro forjado, única en aquellos tiempos, construida por el herrero y armero español, don Juan Espada. Y a principios del pasado siglo se colocó un órgano en el coro, grandioso en sus formas y de una construcción envidiable, contando con un mecanismo de doce registros. Se dice que cuando las manos ejecutaban su teclado, un armoniosa música celestial colmaba los espacios de aquel recinto sagrado, rebosando de espíritu religioso a los devotos fieles. También se cuenta que en las tradicionales misas de once de los días domingos, el maestro organista Alfredo Cimorelli ejecutaba inolvidables piezas musicales religiosas. Por último es de destacar la tradición histórica del templo, el cual fue testigo de numerosos sucesos políticos y sociales en los tres siglos de su existencia, hechos que marcaron indeleblemente el pasado sanjuanino. No es fortuito que en 1932 nuestra antigua catedral fuera declarada monumento histórico nacional.

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia