
Desde tiempos remotos hay una leyenda de amor y muerte, que hace referencia al momento en que el conquistador español llegó a la zona de Talacasto, en el departamento Ullum, y que nos ayuda a comprender por qué se trata de un lugar donde la naturaleza se ha manifestado con gran pasión, dando lugar a un paisaje único.
Se dice que en tiempos apacibles y laboriosos un esbelto Diaguita, de pecho ancho y brazos fuertes como el algarrobo, de repente entrelazó su mirada con una bella mujer india. Juntos recorrieron los senderos entre jarillas, jumes y cardos, a tal punto que la flor del cactus fue reflejo de tan puro amor. La brisa suave acarició sus caras y envolvió a esa pareja que paseaba de la mano por el valle. Esa calma de repente se interrumpió ante noticias temibles: el conquistador Inca batalla tras batalla venía del norte conquistando cumbres y valles, y destruyendo y esclavizando todo a su paso.
Reinaba en el Perú (1454) el Inca Tupac Yupanqui, quien decidió su conquista, enviando al príncipe Sinchisuca al frente de 10.000 hombres.
El Diaguita enamorado, junto a su pueblo levantan las voces y cantos de guerra, acudiendo a la batalla. Pero su espíritu y cuerpo fue doblegado por el guerrero incaico. Cansado y desbastado regresó a su terruño en busca de ese manantial de paz y amor que era su amada. Al llegar y no encontrarla, una vieja india encorvada, como el retamo, de manos rugosas le dijo con pena y temor al oído que los sacerdotes incas se la habían llevado.
Él encontró los rastros y corrió como el viento día y noche pero a la entrada de la quebrada de Talacasto cayó cansado, y sin fuerzas subió a un cerro cercano desde donde observó la caravana ritual de los incas, en la que llevaban esclava a su india.
Al no poder seguir más, profirió desde sus entrañas un grito de odio y maldiciendo pidió a sus dioses que desataran un diluvio. De repente el cielo se cerró en gris oscuro y las primeras gotas de agua comenzaron a caer para luego convertirse en una cortina gruesa de lluvia.
"He sido vengado…, él grita. Pronto se siente el rugir de la creciente que arrastra todo a su paso y los primeros cuerpos incaicos aparecen. Entre ellos está el de su amada mujer india. Pasan las horas y pronto el cielo se abre y aparece el Dios Sol. El Diaguita enamorado decide regresar aguas abajo en busca del cuerpo de su amada.
La brisa pasa con olor a cerros mojados y los jarillales húmedos son testigos del encuentro del indio con su flor de cactus ya desgajada e inerte. Ahí yacía ella, su mujer. Cae de rodillas y comienza sin consuelo su llanto".
Cuando pases por la aguada de Talacasto, como cuenta la leyenda, observarás un manantial surgente. Son las lágrimas que todavía aquel Diaguita sigue derramando por su eterna amada.
Por Jorge Reinoso Rivera Periodista.
