Hoy, "boliche" es el lugar de reunión bailable destinado para jóvenes. Voy a referirme a la acepción popular, tradicional. Primero fue el almacén de ramos generales de zonas suburbanas donde se podía adquirir de todo. Con el tiempo esta acepción dio lugar a aquella que se identifica más con los bares del campo o tabernas de los arrabales, sitios donde la gente del lugar iba a tomar un trago de vino, caña o cerveza. Territorio mal visto, si los hay, pero, en realidad, más inofensivo que su imagen desprestigiada por algunas malas lenguas.

Bar y boliche muchas veces coinciden, y reúnen connotaciones afines: lugar para tomar un trago, jugar un truco, juntarse con los amigos, pasar el rato con poca plata.

Llevo en la nostalgia imágenes de boliches a los que nunca entré, a los que aguaité receloso desde afuera; de los que podría contar historias que posiblemente no ocurrieron; sombríos saloncitos de mostrador tembleque de sueños rotos y amores lagrimeados en copas amargas; sitial donde un hombre imperturbable se gana unas pocas monedas prodigando el vino alegre de los tristes.

Recuerdo cuando de niño entré a uno a comprar pan, ese robusto terrón de melga amasado en madrugadas de frío y moderadas esperanzas, criollo regazo del hambre y la solidaridad familiar, esas historias de nuestros padres y abuelos que hoy siguen por la vida de los todavía humildes pueblitos de nuestra patria. En una esquina de zanjón y pájaro bobo una lucecita mortecina mece los escondrijos de la noche. A los dos escaloncitos de ladrillo mal cocido se le ha tirado la sombra de un perro delgadísimo. Un hombre de ceniza entra y se sienta en una de sus dos mesitas de álamo destartalado. Una cortina de percal floreado colgada de un alambre encerado franquea su misterio. Al fondo de esa piecita que es su único sitial donde reinan palabras dichas por lo bajo y relumbrar de vasos, una niñita llora vaya a saber por qué. Un gato flaco como la última voz de un hombre pasa para cualquier parte sin pena ni gloria. Por el callejón, la carretela se lleva a tientas, de memoria, la historia gastada de un hombre sombrío. "¡Truco!” ha gritado un muchacho golpeando su juventud con sus manos terrosas en el pecho de la mesita de suelo desparejo. Dos o tres carcajadas ajan la paz campesina. Al viento del sur se encaraman y tropean cabalgatas de incipiente lluvia descolgada en rayones de azul. La luz del boliche titila, llorar parece, un corazón desfalleciente parece, una luciérnaga final, una palabra pronunciada casi para no ser escuchada, un bastión de timidez; pero toda la noche quedará así, aunque en el corazón de ese recinto humilde se hayan marchado los naipes y las toses y el perro se haya retirado a buscar el alba. La luz del boliche lucha por no morir.