Es el resultado de un largo y profundo estudio del Centro del Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido que, como es hábito en los países desarrollados, viene tomando datos desde mucho tiempo en todos los continentes y en más de 160 países. No es una encuesta circunstancial de esta época ni afectada sólo por los acontecimientos políticos y sociales de los últimos años. Esta falta de satisfacción de los jóvenes con el sistema de gobierno en realidad viene decreciendo en el mundo en general y se advierte como fenómeno también en la menor participación electoral en aquellos lugares donde el voto es voluntario. Terminamos de ver la participación en las elecciones de Chile por el plebiscito para la Reforma de su Constitución que apenas superó el 50% y la sorpresa que produjo en Reino Unido la salida de la Unión Europea, votación ganada por gente que no acostumbraba a votar. En USA, otro país en que no puede discutirse la fidelidad a ese método, ya una vez fue la Suprema Corte la que debió definir una elección y pese a la clara derrota de Trump, es posible que ocurra también este año. La encuesta se inició desde 1973, ha llegado hasta 2020 y refleja que el único segmento etáreo que simpatiza con la democracia en más de la mitad (55%), es el que nació entre las dos guerras mundiales, 1918 y 1943. Lo siguen quienes llegaron al mundo entre 1944 y 1964, llamados "baby boomers" por el alto crecimiento de la natalidad en los sesentas del siglo pasado. Ellos, quienes hoy cuentan entre 56 y 76 años, apoyan esta forma de gobierno en poco más del 50%. En cuanto a la generación que sigue, la llamada "X", de 1965 a 1980, ha ido variando su calificación en el tiempo. Cuando sus miembros tenían entre los 25 y 33 años su apoyo llegó hasta el 53% pero a medida que fueron avanzando en edad cayó al 47% al tocar los 50. Finalmente los menos conformes parecen ser los llamados "millenials" quienes nacieron entre 1981 y 1996, para ellos el sistema nunca mereció una aprobación del 50%, marchando a la cabeza quienes cuentan 25 años pero disminuyendo rápidamente cuando van llegando a los 40 en que su aprobación se reduce al 45%. Hay diferencias entre las zonas de mundo: la mayor desilusión se concentra en el sur de Europa, América latina, África del sur y lo que en otras época fue el Commonwealth, Reino Unido, USA, y Australia. No ocurre lo mismo en el este y norte de Europa y en el noreste de Asia. La principal causa del desencanto de los jóvenes parece ser el empeoramiento de su situación económica en comparación con los resultados que obtuvieron sus padres y abuelos. Se pone como ejemplo que en Estados Unidos la juventud representa el 25% de la población y se reparte apenas el 3% de la riqueza, cuando antes llegaban al 21% a la misma edad. En otros lugares como España, la cuestión se relaciona con el empleo, dado que la aprobación cayó de más del 50% en la primera década del siglo al 30% en 2014-2015. Todo este clima es el que ha permitido la llegada de los llamados "populismos", que han ganado espacio en algunos países centrales y latinoamérica, aunque se advierte que una vez cumplidos dos mandatos de estos regímenes también decaen en el consenso y se vuelve a poner en duda la legitimidad del sistema. El problema de los populismos es que en ellos el honor es la lealtad, ¿a quién? al jefe, al líder, el militante hace abstracción de su pensamiento, sólo se dispone a recibir órdenes y ejecutarlas. Quienes figuran en el rango de edades de 18 a 34 años, registran aumento en la satisfacción democrática durante el primer mandato de un líder populista para después desencantarse con la consecuencia de que no desarrollan el mismo amor por los "moderados" que los suelen reemplazar en los gobiernos. De esa conducta puede que vengan algunas dificultades de gobernabilidad que tienen algunos países, entre los cuales ya hubo varios en que se dio el pedido de "que se vayan todos". Un ejemplo cercano lo tenemos esta semana en la anarquía de Perú y antes en la acusación de intento de fraude a Evo Morales en Bolivia o el anteaño pasado con las violentas revueltas en Chile. Ni hablar de Venezuela. Si bien no lo considera el estudio, es posible que la mayor transparencia a que obligan los múltiples medios de comunicación actual, sobre todo las redes sociales, deje la sensación de que ahora hay mucha más corrupción. Si antes la hubo, se podía ocultar más fácil, hoy se vive como en una burbuja transparente. También ha crecido la falta de respeto a cualquier autoridad, tenga o no razón en las cosas que nos exige. Siendo la democracia el único sistema que garantiza la libertad individual y que iguala a las personas a un voto por cabeza, resulta difícil proyectar hacia qué tipo de sistema podríamos evolucionar o involucionar. Lo único cierto es que la cuestión está latente y que, en algunos casos, la falta de consenso se acerca al límite peligroso de la intolerancia, a la eliminación de otra característica esencial de la democracia, la del respeto a las minorías