El cuadro evangélico de este domingo es el que narra el evangelista Lucas 10,38-42. "Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: 'Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude'. Pero el Señor le respondió: 'Marta, Marta, te inquietas y agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada'".


En aquella época era desaconsejable para un hombre ser recibido en casa de una mujer. Pero Jesús viene a erradicar los prejuicios, y paradójicamente es recibido por Marta, y luego también será recibido por el publicano Zaqueo (Lc 19,1). Jesús extrañamente es hospedado por los que en esos tiempos eran considerados los más lejanos. María parece ser la hermana menor, puesto que la tarea del recibimiento es dejada a Marta. Es aquella la que aparece sentada a los pies del Maestro, en una actitud de discípula. Su única actividad en este cuadro es escuchar. Conviene recordar que en el antiguo Israel, estaba prohibido a las mujeres ser discípulas de un rabino. Sin embargo esta mujer transgrede cualquier formalidad. Su interés consiste en escuchar. 


Zenón de Elea decía hace dos milenios "que tenemos dos oídos y una sola boca, porque oír es el doble de necesario y dos veces más difícil que hablar". Pero, curiosamente, esa es una ciencia que nadie enseña en los colegios ni en los hogares. El evangelio afirma que "María escuchaba la palabra del Señor". Hablamos de "escuchar", no de un puro material oír. Para oír basta con no estar sordo. Para escuchar hacen falta muchas otras cualidades: tener el alma despierta; abrirla para recibir al que a través de sus palabras, quiere entrar en nosotros; olvidarnos por un momento de nosotros mismos y de nuestros pensamientos para preocuparnos de la persona y los pensamientos del prójimo. Se trata de un verdadero arte y apasionado ejercicio de la caridad.


Por eso no escuchamos. Si tuviéramos un espejo para vernos por nuestro interior mientras conversamos con alguien, percibiríamos que incluso en el momento en que la otra persona habla y nosotros aparentamos escuchar, en rigor no estamos oyéndole, estamos preparando la frase con la que le responderemos a continuación cuando él termine. Hace falta tener muy poco egoísmo y mucha caridad para escuchar bien. Es necesario partir del supuesto de que lo que vamos a escuchar es más importante e interesante de lo que nosotros podríamos decir. Reconocer que alguien tiene cosas que enseñarnos. O, cuando menos, asumir por unos momentos la vocación de servicio o, quizás, de papelera. "Escuchar con paciencia -decía Amado Nervo- es mayor caridad que dar. Muchas personas que no son felices se van más encantados, con que escuchemos el relato de su penas que con la pequeña o grande moneda que podamos ofrendarles''.


La gran paradoja de nuestro tiempo es que, mientras los científicos dicen que vamos hacia una "civilización auricular'', son cada vez más los que se quejan de que nadie les escucha. El refrán dice: "No hay peor sordo que el que no quiere oír''. Sería más sencillo resumir: "no hay peor sordo que el egoísta''. Esta gran sordera de quienes sólo oyen lo que les interesa es la gran responsable de tantas soledades, de tantos que sólo piden la limosna de un poco de atención.


El Señor reprende a Marta, y le dice: "Te agitas y preocupas por muchas cosas". Marta es figura del pueblo elegido que vive sometido bajo la ley. María es figura de la Iglesia, que reconoce que su fuerza y vigor vienen no de las "muchas cosas por hacer", sino de la contemplación y la escucha de su Señor, como tareas prioritarias. María cumple plenamente la bienaventuranza de Jesús que dice: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la practican". Marta está agitada. El verbo griego que expresa esta acción, quiere decir "estar ansioso". Se trata de esa tensión un poco espasmódica de quien se encuentra bajo el influjo de mil ocupaciones, y queriendo hacer algo bien a toda costa, contiene la respiración para conseguir lo que pretende. Marta perdió la serenidad. María la adquirió porque eligió dice Lucas, "la parte de la herencia que no le será quitada" (Lc 10,42). Ella puede decir: "El Señor es mi herencia" (Sal 16,5); y "nada me puede faltar porque tú estás conmigo" (Sal 23,1.4).

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández