"Aquél que se salva sabe, y si no, no sabe nada'', dice el célebre poema de Fray Luis de León. Esa sabiduría peregrina hacia la eternidad, la encontramos en los santos y santas. Hay algunos más cercanos a nuestra cultura y ambiente, como lo son el argentino Cura Brochero, el italiano San Cayetano, el chileno San Alberto Hurtado y tantos más. Pero otros nos son lejanos en el tiempo y el espacio y sus historias tantas veces permanecen ocultas. Pero es bueno detenerse en algunas que sorprenden al momento de conocerlas. Es el caso de santa Hildegarda de Bingen, una admirable religiosa del siglo XII, a la que el papa Benedicto XVI, hace apenas 6 años, le concedió el título de Doctora de la Iglesia, junto a otro grande español, San Juan de Avila.

Hildegarda nació en Renania, Alemania, en 1098, en el seno de una familia noble. De débil constitución física, supo ofrecer a Dios con espíritu sobrenatural los frecuentes problemas de salud que le aquejaban. Fue la primer mujer en el mundo medieval que enseñó teología. Fue también la primer mujer que recibió del Papa la autorización para escribir teología. Mientras escribía su primer gran obra teológica, "Conoce los caminos del Señor'' (1146/1147), le escribe a San Bernardo de Claraval, pidiéndole su parecer sobre su obra que hablaba sobre el origen divino del matrimonio, la dignidad del presbítero, la santidad pulcra de la Eucaristía, puntos éstos atacados por los cátaros, que en varios puntos se alejaban de la fe bien entendida.

Escribió el "Libro de los méritos de la vida'', obra que relata el combate entre virtudes y vicios desde una visión cristológica. También el "Libro simple de la medicina'', con descripción de enfermedades y recetas curativas.

Recibió la potestad de predicar en iglesias y centros públicos, tanto al clero como al pueblo. Hizo más de tres giras por ciudades europeas dando sus célebres sermones. Contaba para ello de la aprobación del papa Eugenio III, alumno suyo cuando en otro tiempo fue monje cisterciense. 

Hildegarda mantuvo relación epistolar con grandes personalidades de la época como el ya citado San Bernardo de Claraval, el teólogo Pedro Abelardo y otros más. En 1148 una visión le inspiró fundar un monasterio en la colina de San Ruperto, cerca de Bingen, donde trasladó a la ya crecida comunidad de monjas. Años más tarde fundó un segundo monasterio en Eibingen, el cual era visitado por ella dos veces a la semana.

Y un último perfil que cultivó la santa y ahora mencionamos: fue la primer mujer consagrada que compuso obras musicales de envergadura. Hacia el 1152 presentó "El orden y las virtudes'', drama musical con contenido moral, el más antiguo drama litúrgico cantado, que fue estrenado en el convento de Rupertsrberg. Para ella toda la creación es musical; el cosmos, el hombre, los coros de ángeles, son una sinfonía de Dios. En el estado de naturaleza caída, es la música lo que le devuelve al hombre la armonía original, el recuerdo de su condición primera y el camino del retorno a Dios. Para la santa, impedir la formación musical es obra del diablo. Una adelantada a nuestros tiempos, podríamos decir.
Bueno es recordar a esta gran mujer, que dejó huellas de virtudes y tendió puentes de fraternidad. Hoy el mundo entero la reconoce por sus múltiples carismas.