Pésaj o Pascua, básicamente es “paso” o “salto”. Sí algo debe quedarnos del tiempo pascual que hemos vivido es la necesidad de pasar o avanzar, de no estancarse. Me refiero a la idea de progreso moral, que implica un salto cualitativo que nos perfecciona. El bien nos llama con la fuerza de un imán que va desencadenando nuestras acciones. Aún con las alas caídas, avizoramos que al final del camino hay una oferta de perfección cuya contracara es el bien. Como dice el poema del escritor estadounidense Samuel Longfellow (1819 – 1892): “Medra en la vida, hijo de la Tierra//teniendo en cuenta tu divino origen// no estás aquí para el ocio y el pecado”. Precisamente, uno de los aportes del cristianismo es la certeza de nuestra filiación divina. El hombre no ha emergido por puro azar evolutivo o casualidad, como afirmara el biólogo francés Jackes Monod. Ha sido creado por y para Dios. Aquí está la clave del punto que presento: Para llegar a Dios, hemos de avanzar moralmente. Tal vez el camino sea “caminar”. Por eso, para apreciar la andadura moral de una persona es preciso verlo caminar.

EL CAMINO

Cuando hablamos de camino podemos referirnos a algo físico o real como es la vía que permite el desplazamiento de personas y vehículos. Pero también hace referencia a un sendero intangible de carácter espiritual, como el caso del camino moral. En ambas hipótesis implica un objetivo y medios para llegar. De allí que la idea de camino, deja al descubierto cierto comportamiento moral. Mientras caminamos hay ejercicio de nuestra libertad en la elección del rumbo y de los instrumentos o medios a utilizar. Por eso caminar siempre implica un salto de calidad en nuestra vida moral. Ese es el sentido de la frase de Paulo Coelho: “El camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar y nos enriquece mientras lo estamos cruzando” (El Peregrino de Compostela, 1987).

ATREVERSE A SER MEJORES

La premisa moral con la que se inicia el caminar es el atreverse a ser mejor. En el fondo hay una búsqueda de excelencia que no lleva a avanzar. Es difícil mejorar desde la claudicación latente y el desánimo moral. Claramente, no es un viaje sin tropiezos ni gratificaciones instantáneas que alcancen. Cada caída y desvío del rumbo es una invitación a resistir y mejorar. Por eso en la misma caída late la idea del salto moral. Caminar implica renunciar a la mediocridad y apostar por una vida que apunta a los altos ideales. La perfección es mejor maestra que la mediocridad.

Pero la vida moral tampoco es un camino rectilíneo uniforme idéntico para todos. Como nos recuerda el papa Francisco, Dios no quiere para todas las almas la misma perfección, ni quiere tampoco que cada alma llegue de golpe a aquel grado de santidad que puede alcanzar (Gaudete et Exultate, 17). En este viaje debemos aprender a saborear cada logro y prepararnos para el próximo paso. Por su parte, las recompensas inmediatas están en poder levantarse y avanzar. Lo cierto es que mientras caminamos y avanzamos, intuimos que la suma de todas ellas no hace a la gratificación final. Eso explica que la sed de avanzar y ser mejores, no es saciada por nada ni nadie mientras caminemos. Habrá que llegar a la meta final.

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo