Sobre la estufa, entreverada con retratos y algún adorno, yace adormecida de pasado y sombras la pipa del tío Pento. Casi inseparable de la figura menuda de aquel pequeño gruñón, mezcla de gran periodista con escritor investigador, nos asalta la memoria y veo entrar a mi casa a ese entrañable tío que -cuando niños- se divertía mirándonos fijo con cara de malo para ponernos nerviosos.

De tío Pento seguramente recordarán esa imagen gruñona y severa... y su pipa...


Salimos a la calle con Hugo y Pento nos apura. Hay que llegar en cinco minutos al cine, caminando a razón de un minuto por cuadra, y lo lográbamos. Nos lleva a ver una película de Vittorio de Sica, aquel maravilloso cine neorrealista italiano de obras monumentales como Ladrones de Bicicleta, De los Apeninos a Los Ándes y tantas otras que, luego de muchos años, retomó en su magia y espíritu la bella Cinema Paradiso. 


"Aero caramelo, bombón helado...''. No sé si todo eso se me viene encima por el recuerdo de que Pento, ya con sus 81, se fue a vivir a Buenos Aires al encuentro de sus hijos, al encuentro de esos laberintos forzosos de su historia y su sangre y allí dejó sus huesos años después.


Entonces uno acaricia un balance de sentimientos y anécdotas, polvo del que estamos hechos, esculpido en las venas, carne que nos compone (¡qué otra cosa somos que un catálogo de sensaciones, lugares, vivencias, fragancias, reivindicación de las lágrimas y las risas, las aspiraciones y las ausencias!).


Dejó él (Vicente Washington Celani, o Washington Di Leo, apodo éste como escritor) gran parte de su vida en este Diario. Si uno les preguntara a sus ex compañeros qué se llevaron de él, seguramente recordarían esa imagen gruñona y severa de pronto interrumpida por una risa de niño maduro, sus conocimientos... y su pipa.


"Aero caramelo, bombón helado...''. Salimos de la matinée del cine. San Juan era otra, en muchas cosas bellamente distinta. Crónicas que se construían en aceras con sillas a la calle, corsos de albahaca y mascaritas de cera, teléfonos negros enormes que se discaban y podían estar colgados de la pared o encima de una mesita de luz y al cual accedía el vecindario, porque había uno o dos por cuadra.


"Aéro caramelo, bombón helado...''. Mientras esto escribo, se rebobina en el alma, entre azules y nostalgias, la película de Vittorio de Sica y los oídos se me llenan de aquella música entonces extraña que se evaporaba de su vitrola recién comprada donde conocí los grandes tenores, a Corzini, a Gardel, y bailé en mi cumple de quince un tango de Héctor Varela que surgía bellísimo de ese aparatito cordial; fiesta humilde sin amplificaciones ni locutor; y tu cuartito, Pento, de la calle Santa Fe, la casa de mis abuelos, en cuyo escritorio repleto de lapiceras nos extasiábamos de sencillez... y tu pipa.