Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mi, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos" (Jn 15,1-8).

Otra vez el evangelio de san Juan nos relata una nueva alegoría para presentarnos la identidad de Jesús. Si el domingo pasado era el pastor, hoy es la vid, esa planta maravillosa que cubre las tierras de nuestra provincia. A ella se unen los sarmientos, esos tallos que crean caprichosas y siempre distintas formas. Todos sabemos que los sarmientos, por muy rebosantes que estén de incipientes racimos, se van a secar muy pronto si son arrancados de la vid de donde les viene la vida. El sarmiento es una parte de la vid: en los dos corre la misma savia. No se podría pensar en una unidad más íntima. En el plano espiritual, esta linfa es la vida divina que nos fue dada en el bautismo. Se trata de una unión más estrecha que la existente entre la madre y el hijo que lleva en su seno. En los dos corre la misma sangre, pero el hijo no muere si se separa de la madre. Más aún, para vivir debe, a un cierto punto, abandonar el vientre maternal y comenzar a vivir por su cuenta; muere si permanece unido a la madre más tiempo del normal. En nuestro caso sucede lo contrario: el sarmiento no produce fruto y muere, si se separa de la vid. Vive si permanece unido a ella.

Pero queremos reflexionar sobre el destino del sarmiento. Jesús presenta dos casos. El primero negativo: el sarmiento que se seca, no produce fruto, es cortado y arrojado al fuego. El segundo es positivo: el sarmiento que está vivo, es podado, porque de lo contrario produce pámpanos, y la fuerza se dispersa. Este contraste indica que la poda no es un acto hostil hacia el sarmiento. El viñador tiene muchas esperanzas en él, sabe que puede dar mucho fruto. Lo mismo sucede en el plano espiritual. Cuando Dios interviene en nuestra vida, depositando sobre nuestros hombros su cruz, no significa que está en contra nuestra. La Sagrada Escritura dice: "Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. Porque el Señor corrige al que ama" (Heb 12,5).

La santidad se asemeja a una escultura. Leonardo Da Vinci definió a ésta como "el arte de sacar". Todas las otras facetas del arte implican añadir: colores sobre el lienzo, piedra sobre piedra en la arquitectura, nota junto a nota en la música. Sólo la escultura consiste en "extraer", aquellos trozos de mármol que impiden que emerja la figura que el artista tiene en su mente. Pero hay que advertir que Dios no goza cuando nos ve sufrir. Dios sufre con nosotros cuando sufrimos. Él poda con mano temblorosa. Pero hay un verbo que se repite ocho veces en el texto de hoy: "permanecer en". La unión con Jesús, no sólo afectiva sino también efectiva, implica vivir una vida fecunda. Corresponde al "estar en Cristo" que repite una y otra vez san Pablo en sus cartas (2 Cor 5,17; Rom 6,23; 8,39).

Acabo de leer el libro "Los garabatos de Dios" (2008), de Olga Bejano, una fotógrafa española, que se encuentra desde hace más de veinte años paralizada a causa de un error médico. Es su tercer libro. El segundo de ellos, "Alma de color salmón", tardó dos años y medio en escribirlo y otros dos en publicarlo. El título alude a la metáfora del salmón que remonta el río nadando contracorriente. Debido a una parálisis progresiva, iniciada a los doce años, al parecer por un componente de la anestesia en una simple operación de apendicitis, no se puede mover. Su capacidad de lucha y deseo de comunicarse llevaron a Olga, que sólo puede ver unos segundos cuando le levantan un párpado y no puede hablar ni escribir, a inventar un sistema de abecedario que, explica ella, son "unos garabatos que sólo entiende la enfermera que me cuida habitualmente". A los 23 años, todo se complicó: "Me pronosticaron seis meses de vida, los cuales se han convertido en veinte años de propina divina", dice Olga. Entonces decidió que como creyente "no podía esperar a la muerte de brazos cruzados". Y afirma: "Cuando rezo le pido a Dios que me tenga unida a él como el sarmiento a la vid, para que me ayude a llevar una cruz que cada día pesa más, y que ya ha pasado por las tres fases: al principio era liviana, como si fuera de plástico; luego se transformó de madera y desde hace catorce años, me parece de hierro". Un testimonio ejemplar de poda asumida, pero de frutos abundantes.