Operativos. Habitantes de Hong Kong observan los operativos policiales por las protestas en la isla con centenares de heridos y cerca de un millar de detenidos.

Enorme actividad se observa en el estadio de la ciudad de Shenzhen, gran cantidad de hombres entran y salen agitadamente, y no porque esté por jugar el local, el Shenzhen Kaisa FC, sino porque en el interior del moderno estadio se ubican, cuidadosamente a los efectos de no dañar el césped, cerca de 200 vehículos militares de distintos modelos que esperan la orden para ingresar a la vecina península de Hong Kong.

¿Pero por qué ocurre esto? Cuando Hong Kong abandonó en 1997 la administración británica para incorporarse a China lo hizo bajo un acuerdo llamado "Un país, dos modelos". La República Popular se comprometía así a respetar el diseño de una ciudad basada en una economía al modo occidental, que incluía la libre concurrencia de capitales, su propia bolsa de valores y la propiedad privada.

El paso de Hong Kong a China era, hasta hace pocas semanas, un modelo de integración. Un régimen comunista, dictatorial y de partido único, aceptaba las condiciones que se le imponían a cambio de recibir la incorporación del territorio y de sus tan ansiados capitales a la economía nacional. Era clave que el proceso tuviera éxito, podía acelerar el camino hacia el capitalismo planificado que Beijing quería para la costa del Pacífico del país.

Sin embargo, algo salió mal. Los distintos espacios continentales e islas que integran Hong Kong han sido territorio británico por mucho tiempo, la propia isla de Hong Kong lo fue por más de un siglo y medio. Tantos años de dominio colonial hizo que los hongkoneses desarrollaran su propio ethos cultural -que tiene al inglés como idioma oficial junto al chino-, una economía de libre mercado que incluye su propia moneda -el dólar de Hong Kong-, y un sistema político y judicial basado en el modelo europeo.

En este último punto radica el meollo de la cuestión. La ciudad posee su propio sistema democrático y un compendio de leyes, la "Ley Básica", que garantiza libertades fundamentales, como la libertad de expresión y el derecho a la protesta, y promueve el debido proceso judicial y la transparencia, lo que hizo que el lugar pasara de ser uno de los más corrompidos del mundo a estar actualmente entre los 15 primeros en el ranking de percepción de limpieza, y empezaron el proceso deshaciéndose de los funcionarios británicos corruptos.

Esta "Ley Básica" es largamente superadora de lo que le puede ofrecer legislativa y judicialmente Beijing, y su vigencia debía extenderse por 50 años desde la cesión de soberanía realizada por los británicos. La aceptación china de las condiciones implicaba reconocer los particularismos de esta sociedad, pero desde la llegada de Xi Jinping al gobierno se ha producido una constante intromisión del poder central sobre esta "región administrativa especial", intromisión que amenaza no sólo con sus libertades, sino con perder su propio sistema económico, impositivo y la primera posición mundial en el "Índice de Libertad Económica".

Todo explotó hace tres meses cuando la sociedad hongkonesa se lanzó a las calles para oponerse a un proyecto de "ley de extradición", elevado por la Jefa Ejecutiva de Hong Kong, Carrie Lam, que, de aceptarse, tácitamente colocaba el sistema judicial de la ciudad como subsidiario del chino, lo que implicaba renunciar al acuerdo "Un país, dos modelos" y el sometimiento pleno a Beijing.

Las protestas, lícitas y constitucionalmente aprobadas, recibieron como respuesta una durísima represión por parte de la policía, lo que ha arrojado centenares de heridos y cerca de un millar de detenidos. El régimen comunista, temeroso de que las manifestaciones se extiendan a la vecina Macao, que también es una "región administrativa especial", o que fueran un pésimo ejemplo para las ciudades chinas, decidió no promover el proyecto de "ley de extradición", pero exige acentuar la represión.

Mientras tanto, la respuesta por parte de la población hongkonesa es más que ingeniosa y dueña de pintorescos actos simbólicos. Por ejemplo, cuando una mujer resultó herida en un ojo, en un encuentro con la policía, los manifestantes comenzaron a lucir masivamente un parche en el ojo como forma de simbolizar la protesta y de solidarizarse con la agredida.

Para escapar del espionaje policial y despistar los operativos represivos, los manifestantes utilizan todos los alcances que las redes sociales y la tecnología le permiten. Por ejemplo, para llevar adelante una marcha se convocan mediante redes sociales como "Tinder", se agrupan sorpresivamente bajo la aplicación "Pokemon Go" y se mueven mediante las estrategias aprendidas en el videojuego de batalla en línea llamado PUBG -PlayerUnknow"s Battlegrounds-. Autodisuelta la manifestación, se escapan mediante la aplicación "Uber" y una vez en casa comentan lo ocurrido en foros anónimos locales como "Lihkg", y difunden al mundo lo vivido mediante "WhatsApp" y "Facebook".

Han convertido lugares claves, como el aeropuerto internacional Chek Lap Kok, que se encuentra sobre la isla artificial más grande del mundo, en el principal escenario de los choques. Allí, los manifestantes aprovechan la circulación de pasajeros para visibilizar su lucha, repartir panfletos en diversos idiomas ¡y hasta pedir disculpas por las molestias que pudieran ocasionar!

La de los hongkoneses es la lucha de un pueblo por defender su libertad. Cuestionaron el yugo británico y no tienen ningún interés en caer en la tiranía china, que no les garantiza la supervivencia de su famosa prensa libre, de su moneda -muy afamada en toda la región-, y mucho menos de los derechos laborales que la sociedad posee. Además de verse obligados a poner los centros de investigación y sus famosas empresas de telecomunicaciones al servicio de la dictadura comunista.

Cuando en 2013 el Presidente del Comité Legislativo, Qiao Xiaoyang, presionó para sacar del juego a los políticos de Hong Kong que recelaban el avance chino, se generó la respuesta firme de un profesor de la Universidad de Hong Kong, Benny Tai Yiu-ting, que llevó adelante un movimiento pacifista, centrado en la desobediencia civil, para hacer que la administración de la ciudad resulte del ejercicio de una democracia directa.

Benny Tai terminó encarcelado por presiones del gobierno chino, pero fue liberado el pasado 15 de agosto tras el pago de una fianza de 100.000 dólares hongkoneses, bajo el pretexto de que había sido detenido antes de la audiencia de apelación. Claramente, su libertad busca descomprimir la tensa situación creada por la intrusión china y las protestas que esto genera.

Finalmente, la última batalla, la menos visible y quizá la más importante, radica en el destino del sistema financiero de la ciudad. El índice Hang Seng de la bolsa de Hong Kong no para de caer desde mayo, y ha tenido en los días 13 y 14 de agosto los peores registros de este año. Los inversionistas ven con buenos ojos las protestas, pero se muestran preocupados y empiezan a recurrir al Foreign Office para que intervenga. Y es que el avance de Xi Jinping sobre la ciudad también amenaza el histórico arbitraje y los intereses financieros británicos, lo que sería de un completo agrado de Trump, que ve en esta crisis una oportunidad única para profundizar su juego de tensión con China, esta vez sin la presión de los capitales vinculados a Londres.