Diáfana en mi memoria tengo la figura de don Isidro Alsina; bonachón, siempre al pie del cañón, como corresponde a todo negocio manejado bien y con amor. Lo conocí de niño cuando él era directivo de Inca Huasi. Las masas de Alsina fueron una referencia imprescindible en la sociedad sanjuanina.


Calle Entre Ríos (antes Rawson), vereda Este. Entro con mi padre y el aroma inconfundible de las confituras nos envuelve. Seguramente se trató de algún evento importante, porque no comprábamos masas habitualmente; mi padre fue, honrosamente, un humilde empleado público.

Los enormes merengues festejan copos de extrañada nieve que de cuando en cuando nos sorprende a los sanjuaninos. La gran variedad de masitas de diversas formas, un manjar procurado de a poquito.


Por esa acera que solearon estíos de siestas incendiadas y primaveras dulzonas, cuántas veces las recorrió el desgarrado linyera arrimándose a las orillas de la vida espiando por sus vidrieras; cuántos apasionados del fútbol desfilaron los domingos hacia el Concepción de San Martín, Peñarol, Ferroviario, Árbol Verde y tantos otros que lustraron la historia del más pasional de los deportes, aunque hoy algunos han desaparecido pero se agazapan gloriosos en el recuerdo.


Por esa acera de mosaicos lustrosos y cuidados post terremoto cuántas veces aguardaron entrar al corso las pintarrajeadas murgas de Villa Carolina, Villa Las Rosas, Barrio Bardiani, Villa Zavalla. Cuántas veces el triste Carlitos buscó entre la fiebre de la ciudad el ómnibus que le permitiera ser alguien trepado a un sueño andante. Cuántas veces por allí, Doña Julieta Sarmiento lució en la pasarela de la vida su modelito de delantal hecho simplemente para honrar a Sarmiento y servir al futuro (¡Si supieran -ambos- que todavía seguimos en deuda con la educación!). Cuántas mañanas Carlitos Altamirano, con su bastoncito blanco, tanteó sus colores con paso lento. Por esos confines del otrora gran centro volvimos a casa mansos y repletos de música de las peñas que adornaban San Juan, muchas veces habiendo compartido proscenio con lo más ilustre de la escena nacional o internacional y habiéndolos presentado a nuestros azorados amigos que nos acompañaban. Por esos lugares donde don Isidro Alsina instaló sus dominios comerciales, pasó melancólica alguna mujer destrozada cargando miseria en la mirada y los brazos. Y se habrán desparramado hacia sus barrios, como logrados zorzales del ocaso, los integrantes de los radioteatros de radios Colón y Sarmiento, luego de meternos en el alma, desde una cajita de madera que cambiaba de territorios con un hilo enroscado a una perilla, que Fachenso el Maldito existía, que el León de Francia era un héroe real, que no olvidáramos que el domingo Alberto Vallejos consagraría el orgullo de ser niños en su Pandilla del Tío Melchor. Que de esa pasta hermosa somos.