Una palabra casi olvidada para la mayoría de los argentinos es responsabilidad, que podría ser definida como la capacidad para responder cabalmente ante una obligación. Pero es evidente que existe, especialmente en ciertos segmentos de la población una idea de vacío de contenido acerca de este vocablo que entraña una única dirección: cumplir con el deber.
Los jóvenes no aceptan simplemente las directivas de superiores o de sus progenitores porque aluden muchas veces enfrentarse al verdadero desafío de vivir, que es en realidad fijar metas, alcanzar objetivos, lograr resultados concretos en su vida cotidiana. Sin embargo, personas de todas las edades viven idéntica situación de desatención a sus deberes y a su labor por distintos factores.
Esa actitud de indiferencia no fue heredada de nuestros mayores sino que es una modalidad muy reiterada desde hace unos años y que implica por un lado, holganza y por el otro, falta de iniciativa e interés sobre su propio destino favorecida por un itinerario de pausas laborales demasiado reiteradas. La responsabilidad no sólo tiene que ver con el trabajo sino con la familia, el hábitat y del medio ambiente. Y nace en la conciencia de cada uno de los ciudadanos y como una buena semilla debiera prosperar en su entorno para bien de todos y repetirse en otros como una cultura de vida. Asumir la responsabilidad tiene que ver con la dignidad y con el honor y con la propia verdad sobre los hechos de los que se es protagonista y no se puede evadir.
Este es el perfil del éxito y del progreso y no estar alerta para despertar de la inercia es un síntoma del abandono que sólo uno mismo, desde la voluntad personal, puede vencer más allá de las políticas públicas.
