Era la tarde de un miércoles cualquiera, cuando muchos nos agolpábamos para transitar las calles de la ciudad, como buscando escapar de la dureza de la cotidianidad. Enfrente de la plaza se veía una cafetería repleta de gente. Allí me acerqué. Caí sorprendido, casi con la curiosidad de un niño, que busca interiorizarse de las cosas. Aquellas, que cuando se está atento y se las siente dejan una huella inconfundible, que ni la arena de los años logra borrar. Me impactó la pantalla gigante de un plasma con vivos colores que mostraba la plaza de San Pedro repleta de gente. Se veía un cartel con letras grandes que decía: "’Bergoglio es el nuevo Papa”.
Una mujer de ojos negros cándidos, se confundía en un cuadro de tarde sensible, cálida, particular, ante arduas cicatrices que dejan aquellos duros golpes de la vida. Un anciano temblaba alrededor mío con llanto de emoción. Un taxista pasaba eufórico tocando bocina, en una algarabía que presagiaba un gran camino triunfal. Las pieles de acero de varios meseros, jubilados, junto a trabajadores curtidos por las heridas de manifestaciones históricas, piquetes, inflaciones, ajustes y revoluciones hostigadas por las mismas dictaduras del terror, se rindieron instantáneamente. Los ojos vidriosos de un llanto contenido y desolado los delataba derretidos. La emoción inundó sorpresivamente esa piel impenetrable, estremecida ante una noticia, que por momentos parecía increíble, pero que impactó como una bomba. Los más jóvenes, casi como buscando no quedar fuera de escena, terminaban el sorbo de una cerveza danzando al grito de un: "’Viva el Papa argentino”.
Había católicos y no católicos. Periodistas, fotógrafos, ilustradores, obreros, intelectuales y comentadores. A los que les apasiona lo religioso o a aquellos que no les interesa en absoluto. Pero, algo pasaba allí. Algo había en ese aire con cafeína, más allá del mero palpitar de un estadio de fútbol, cuando juega el seleccionado argentino. Ese instante se sintió como algo más que nuestro. Allí estábamos todos como en un latir espiritual de cuerpo entero.
Estábamos temblando, cansados y olvidados por los dolores del pasado. Llenos de alegrías, desdichas y rivalidades. Ya casi no cantábamos con alivio en medio de un gran olvido latinoamericano de siglos. Casi no podíamos entonar algún grito arrabalero con ganas, cuando nos veíamos como vagabundos sin ilusión, ante una voz latina ardua que clamaba: "’Habemus Papam” es "’Georgium Marium”.
La mano de Dios nos sorprendió esta vez, pero no ya con un gol a los ingleses, sino cuando se nos tradujo al familiar castellano que el elegido había sido un argentino. Un americano con esperanza. Allí apreció la figura sobria de Bergoglio que asomaba como buscando cicatrizar la herida y llegar a la verdad. Precisamente, Jorge Mario Bergoglio que hasta hace poco era el arzobispo de Buenos Aires. Aquél que se lo podía ver con cabeza cabizbaja en el subte de la línea A. El mismo que caminaba olvidado bajo el sol, aceptando un mate en las inconmensurables villas del fin del mundo. ¡Sí!, ese mismo que presidió varias celebraciones en la catedral porteña con un mensaje corto y contundente a varios gobiernos. Ese mensaje, que buscaba estar más allá de los análisis políticos, filosóficos, periodísticos o científicos. Esa palabra que por intentar ser verdadera duele, espanta y ofusca. Ese mensaje del mismo Cristo, que fruto de una oración profunda, sigue taladrando con fuerza.
¡Tenemos un papa! Una reina holandesa junto a Maradona y a un Messi. El enviado de Dios asume ante el mundo un martes con una misión importante. Abierto a las problemáticas de la vida da imagen de austeridad, sinceridad y bondad que también vociferaron con voz baja en aquél histórico café. Solemos pensar que un Papa no comprende el mundo en el que vive. Como no da mensajes para la tribuna, deja de lado una cierta popularidad, y si la cosa es sin bombos, seguro que nadie escucha.
No obstante, la primera misión del Papa es la de cumplir un camino y agradar a Dios antes que a los hombres, aunque éstos sean periodistas. Ante todo busca seguir a Cristo. Ese mismo Jesús que fue duro, pero que perdonó a una mujer que había tenido más de cinco maridos. Francisco, como una mano de Dios resurge dentro del la moderada de la Iglesia Católica, ante un mundo casi irracional. Ante actuares que sin escrúpulos eliminan a los pobres. "La revolución moderada”, más allá de ciertos "nacionalismos”, aparece para dar a entender que el cristianismo es la Ley, a partir de la cual no hay más que excepciones.
(*) Periodista, filósofo y escritor.