Dijeron los apóstoles al Señor: "Auméntanos la fe". El Señor dijo: "Si tuvieran fe como un grano de mostaza, habrían dicho a esta morera: 'Arráncate y plántate en el mar', y les habría obedecido" "¿Quién de ustedes tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: 'Pasa al momento y ponte a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú'? ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: 'Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer'" (Lc 17,3-10).


Los apóstoles son enviados a llevar la misericordia del Señor hasta los confines de la tierra. Pero ellos se sienten ineptos para cumplir esa misión porque reconocen que tienen poca fe. La fe no es cuestión de cantidad sino de calidad. Se pide como el pan cotidiano y el perdón constante (Lc 11,3). Luego del pedido de los apóstoles: "Enséñanos a orar", la oración del apóstol es: "Auméntanos la fe". Con ella se obtiene todo (Mc 11,23). Es que todo es posible para quien cree, porque nada es imposible para Dios. Es como una pequeñísima semilla, pero con una fuerza vital extraordinaria. Por ella podemos afirmar como el apóstol Pablo: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13), ya que nuestra impotencia se llena de la potencia misma de Dios. Creer es dejar de confiar en nosotros para abandonarnos en el totalmente Otro. Y, ¿qué responde el Señor, al pedido de los apóstoles de que venga aumentada la fe? Afirma: "Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y les obedecería". La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero auténtica, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. Todos conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe muy firme, que de verdad mueven montañas. Pensemos en algunas madres y padres que afrontan situaciones muy difíciles; o en algunos enfermos, incluso gravísimos, que transmiten serenidad a quien va a visitarles. Estas personas, por su fe, no presumen de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el evangelio, dicen: "Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17, 10). 


Narciso Yepes (1927-1997), el famoso guitarrista clásico español, según cuenta él mismo, fue bautizado y nada más. No había recibido ni la más mínima instrucción religiosa, ni había hecho la primera comunión, ni practicaba, ni creía en nada. Carecía de cualquier inquietud de orden religioso. A la edad de veinticinco años, cuando todavía no era el músico de fama mundial que llegaría a ser con el tiempo, encontrándose en París, apoyado en un puente del río Sena, miraba fluir el agua. Era por la mañana, exactamente el 18 de mayo de 1951. Y narra: "De pronto, le escuché dentro de mí. Quizás me había llamado en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía 'la puerta abierta'. Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida". La entrevistadora pregunta si eso de que "se hizo oír" se ha de entender en el sentido de que "oyó" palabras. Y responde Yepes: "Sí, claro. Fue una pregunta, en apariencia muy simple: '¿qué estás haciendo?'. En ese instante todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía y para quién vivía". Enseguida buscó un sacerdote y se procuró instrucción religiosa. "Y ya desde aquel momento nunca he dejado de saber que soy una criatura de Dios. Por la fe comprendí que soy un hombre con una cita de eternidad que se va tejiendo y recorriendo ya aquí en compañía de Dios. Así como hasta entonces Dios no contaba nada en mi vida, desde aquel instante no hay nada en mi vida, en lo que yo no cuente con Dios. Y eso en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo y en la vida familiar". Gracias a la fe pudo asumir con un sentido sobrenatural la muerte de su hijo Juan Cruz, en un accidente a los 18 años, y él seguir firme a pesar del cáncer linfático que padeció. Cuando Charles de Foucauld recordaba el día de su conversión, exclamó: "Apenas creí que Dios existía, entendí que no podía hacer otra cosa sino que vivir entera y totalmente para él". Un eximio y santo sacerdote italiano, Primo Mazzolari, decía que "creer significa ver ya el grano en el campo, cuando aún es invierno". Es que, como afirmaba el novelista y dramaturgo austríaco Franz Werfel (1890-1945), "Para el que cree no es necesaria ninguna explicación: para el que no cree toda explicación sobra".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández