Hacía tiempo que no la veía por la Ciudad. Aclarar que el bastón es una simple rama que seguramente encontró en algún potrero de los suburbios, un desparejo y corvo palo lleno de nudos y pequeñas ramas. Y así marcha por el anonimato murmurante de una ciudad que puede ser muchas veces feroz por su indiferencia.

"Aclarar que el bastón es una simple rama... un desparejo y corvo palo con nudos y pequeñas ramas".


La pobreza se le cae por los cuatro costados y hasta por los ojos desesperanzados que no miran nada. Avanza por la acera de Rivadavia, abrigada en demasía, este verano que puede asesinar gorriones y encender potreros.


Cuesta imaginarle una juventud de brillos e ilusiones, ante tanto desaliento rodando por todo el rotundo dolor de su figura.


He visto por todos los tramos de mi vida a estos seres detonando abandonos. Los he visto silenciosos al costado de desfiles de murgas grotescas o mateos llevando ausencias a las estaciones, o devorando rojas manzanas como quien se agasaja con un fino festín; merodeando por las catedrales donde la gente suele reencontrase de algún modo con su transitoria compasión. He visto estas sencillas mujeres perseguir el sustento, alguna vez armando vestidos de gala para otros en las antiguas Singer y en una vejez ya sin amparo deambular por calles anónimas recordando un pasado inaccesible. He visto en la derogada estación donde hoy reina la nostalgia, mujeres polvorientas sentadas en el andén viendo llegar y salir trenes luminosos y trenes tristes cargados de sueños y destierros. He presenciado la tragedia de damas de sombra caminando a tientas por las calles, portando numerosas bolsas donde tratan de armar el hogar que no tienen. Las he visto tiradas a un costado del ruido ciudadano, con la mano extendida reclamando un vínculo con el mundo.


Me he sentido más humano recibiendo el mate casi anónimo con el que alguna más que humilde mujer campesina nos agasaja cuando preguntamos por alguien del lugar o por un sitio donde buscamos la paz. Andan por esas tardes de acero y pájaros, mujeres portando los años venideros en la lobreguez de niños que se les deshacen en sus brazos hechos para el desaliento. Uno puede verlas a menudo con una vejez sin sueños, prolongada su mano en un tarrito que otrora pudo ser de dulces y hoy es de súplicas. Comen calladas y sin fulgores en los comedores comunitarios. Ofrecen la misma estampita a cientos de gente, esa figurita colorida y dolorida donde un símbolo religioso traduce el desamparo que se les cae en manos de cepas muertas.


Sigue caminando privaciones y deudas sociales la anciana mujer del bastón de rama. Mira todo sin mirar porque tiene menos espejos que un ciego. Nos golpea en el centro, aunque nos ignora; salta de pozo en pozo como una tortolita enferma. Seguimos debiendo amor, siguen las sociedades buscando el rumbo ético de la justicia debida. Mientras tanto, una anciana enropada corta con su cuerpo de brumas otro verano de hijos y entenados.