Todas las sociedades, aún las más primitivas, tuvieron tiempo, método y poder para ordenar sus modismos e instituciones con técnicas educacionales inculcadas, que consolidaron sus características sexuales, enfáticas y congruentes al tipo biológico de su naturaleza. No escapamos a ese rasgo ni queriéndolo. Pero nuestras vivencias van más allá de lo academicista y técnico, y es necesario comprender que el callar degrada, corrompe e involuciona su estructura social emergente: lanza futuras generaciones sin porvenir sustentado y cierto, que requiere labor pedagógica, palabra, argumento, empirismo, análisis crítico y resultado. Mirada, expresión y luz determinante de conductas y relaciones humanas.

Nacer, crecer, reproducirse y morir, ha de ser en la historia presente una garantía de derechos con un orden vivencial humano, amén de una intelectiva filosofía de vida, y no un aparato autoritario del antaño petrificado, desconocedor e inservible por anacrónico. La maternidad impuesta por leyes civiles, usos, costumbres y doctrinas humanas, se contrapone al libre derecho de la mujer sobre su vida privada en integración civil calificada. No existen derechos absolutos que no confronten cuando de conceder razón y curso al embrión y a la madre se trata. Esto irrita y suscita interpretación en distintos países bien estructurados, que han redefinido valores hasta congeniar legal y civilmente la condición esencial de ser.

Un matrimonio se expresa frente a un pastor-sacerdote-consejero y dice: ‘Tenemos siete hijos, hermosos, pero no queremos tener más ¿qué debemos hacer?…” El consejero dice: ‘Dad gracias a Dios todos los días por ellos y otros. Sed castos y puros…” La inteligencia y el horror, de la mano, lloran, y con ellos la vida del rebaño.
Otra mujer frente al médico-asesor busca y dice: ‘Soy recién casada y con mi esposo hemos pensado no tener hijos durante un tiempo ¿qué podemos hacer?” El universitario dice: ‘Abstenerse de relaciones sexuales.” (La respuesta, crudísima y rastrera, el papel resiste su transcripción). La vida lejos, y el seso diplomado vacío, inope, oscuro de cuerpo y alma. Estudiar para no hacer el bien, con docencia y respeto, es un gran mal.
En el consultorio psicológico de púberes y adolescentes una niña, futura madre, dice: ‘Estoy embarazada, soy pobre, sola y no quiero tenerlo.” Recibe por receta: Controlar su embarazo mensualmente en gineco-obstetricia… La consulta asistencial ha concluido y el porvenir de la especie con ella. Parto, soledad, desamparo. Tú, niño, el futuro: dura, vive, vegeta y arréglate como puedas. Génesis y humanidad, todos embretados.
Hambrientos de respuestas de vida quienes no saben leer ni escribir, pero comen, trabajan, lloran, cantan, funcionan ignorados, procrean, y su condición animal es atrozmente sobrellevada y compartida sin ayuda posible. La indefensión plena, la degeneración absoluta, la trampa de la confusión cerebrada y asumida desde escritorios públicos oficiales para la cuesta abajo cavernícola e inhumana. En un país donde la mitad de sus jóvenes padres no completó el secundario, pretender hacerlos instructores anátomo-fisiológicos de sus hijos es una inmoralidad civil. No debe enseñar quien no sabe, pero la decencia incluye conocer los límites de las propias ignorancias, con honestidad para reconocerlas, disposición generosa para corregir, buscar y adecentar dramáticas situaciones vivenciales.
El temor a dar explicaciones claras sobre sexualidad, más que una protección a los niños representa todo lo contrario, y proviene en términos genéricos de una mala educación de los adultos (¿la pasión sexual por los niños de Freud?), que involucra en el presente y desde el origen de los tiempos al escenario del reprimido profesional religioso de todas las órdenes y congregaciones sectarias, generalizadas en todos los estratos de la sociedad, conmovida hasta el horror perverso de la violencia psicofísica y el desgarro acelerado, sin condena penal civil ni jerárquica institucional. Los prejuicios y convenciones se corporizan y enquistan para eludir, callar y olvidar.
En lo interior existe un ser humano más puro que capacitado y sagaz. Los padres deciden y creen educar ocultando porque ignoran, y resisten aprender juntos e intentar huir de la vulgaridad chirle, de la mancha infecta del fenómeno televisivo que expande obscenidad y egotismo sin recato ni pudor en dosis diarias. Existe en los niños una curiosidad sexual que es inocente, espontánea y natural. Es ‘su” cuerpo y son ‘sus” sensaciones. Pero los pensamientos de un niño no se suprimen porque sí, y no dejan de existir porque se los prohiban, ignoren o repriman. Cada célula percibe un estímulo y responde como una fiesta de la fisiología y no como una culpa orgánica.