Las elecciones presidenciales en Brasil, el domingo pasado, no sólo sorprendieron a los observadores sino descolocaron a las encuestadoras en sus pronósticos sobre una puja entre la presidenta Dilma Rousseff que busca la reelección y la ambientalista Marina Silva, que las llevaría a definir en una segunda vuelta el próximo 26.

Pocos tuvieron en cuenta al senador Aécio Neves, de 54 años, candidato de la principal fuerza opositora centrista, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que capitalizó el 34% de los votos, ocho puntos porcentuales por debajo de Dilma, arrastrando a su favor a más de la mitad de los seguidores de Silva, a indecisos y a los desencantados del socialismo.

El electorado que buscaba un cambio, y en principio respaldó a Silva, encontró imprecisiones en la ecologista sino lograr convencer -menos en materia económica- para sacar al país de tres años de estancamiento con crecimiento prácticamente nulo. Finalmente votaron a Neves en los comicios más sorprendentes desde el retorno de la democracia.

Claro que la sorpresa que dio Neves no eclipsa en absoluto la performance de Rousseff, que sigue siendo favorita aunque para asegurarse el triunfo deberá convencer en estos días a quienes dieron su apoyo inicial a Silva, en particular de los "indignados”, los jóvenes que promovieron las masivas manifestaciones en reclamo de mejores servicios públicos y rechazo a los excesivos gastos del Mundial.

El contundente respaldo que logró Aécio Neves sorprendió incluso a los socialdemócratas, que sueñan con poner fin a 12 años de gobierno del Partido de los Trabajadores a quien acusan del estancamiento acentuado en los últimos cuatro años,

con inflación cada vez más notoria, y a los recurrentes escándalos de corrupción, sobre todo en la empresa estatal Petrobras.

Sin embargo, las profundas raíces centrista, podrían afectar las buenas intenciones de Neves, heredero político de su abuelo Tancredo Neves, cuyo partido gobernó a Brasil entre 1995 y 2002. Los sectores de menos ingresos los califican de elitistas, un problema en un país donde más de la mitad de los votantes son humildes y captados por los programas asistenciales de Dilma dentro del clásico clientelismo de izquierda.