Lo recuerdo sentado en su banco en la universidad, siempre callado. Por más controvertidos que fuesen los debates esquivaba la respuesta. Aquella tarde algo cambió, afortunadamente. El tema planteado fue la solidaridad y el disparador, una frase conocida de Madre Teresa: "Cuando empecé mi trabajo, en mis sueños fui al cielo, y San Pedro me dijo "vuelve, no hay barrios miserables en el cielo". Y yo me enojé con él y le dije "voy a llenar el cielo con gente de los barrios miserables". Estas palabras me permitieron hablar no sólo de la solidaridad, sino de cómo ayudar concretamente a los más vulnerables. Mi visión sobre la cuestión le debió molestar al punto de decidir romper su silencio. Esa vez respondió. "Usted es una idealista utópica y yo un realista incurable, nunca habremos de coincidir". Y el debate se abrió en un contrapunto memorable. Misión cumplida, dije agradecida para mis adentros. He de preferir siempre alumnos que piensan distinto a alumnos que, sin pensar, adhieren. El docente no busca adhesiones, procura enseñar a volar. ¿Por qué conformarse con ser torcaza, pudiendo volar como águilas? 


Volvamos a la respuesta de mi alumno. La incompatibilidad entre el idealista y la persona realista. Dos cosas quiero aclarar al respecto. En primer lugar, tal incompatibilidad es relativa pues ambos convergen en un punto: se necesitan mutuamente. El idealista volverá ineficaz su lucha sí en su afán de perseguir ideales se aleja de la realidad. El ideal nos permite avanzar desde y con nuestra realidad a cuestas. Sí bien habita en el horizonte hemos de encarnarlo en la realidad que procuramos cambiar. Por su parte, el realista debe reconocer que hay algo más que una realidad material que interpela. Lo real no puede limitarse al mundo de lo visible. Lo invisible también es real. La experiencia de nuestra libertad interior, el mundo de las emociones y de la afectividad, son muestra cabal de ello. El bien como valor, la justicia como reivindicación social, el impulso natural a ser generosos, la amistad social como camino de encuentro, son metas que habitan en el terreno de lo invisible. Sin embargo ¿quién puede negar la realidad de su poder desencadenante de acciones, que enaltecen la condición humana?


En segundo lugar, cabe recordar que ambas posturas llevadas al extremo, constituyen una forma de evasión. Un subterfugio que nos permite escapar de nuestros compromisos. En un caso (idealismo extremo) evadimos nuestras responsabilidades perdidos en un mundo abstracto de ensoñaciones. Mientras que en el otro caso (realismo extremo) evadimos nuestra responsabilidad bajo el peso del desencanto. 


Cabe entonces una pregunta: ¿habrá un punto de equilibrio entre ambas? Personalmente creo que un sano realismo puede ser buena opción. Saber que hay un ideal que atrae y motiva nuestra lucha, que debemos encarnar en la cotidianeidad de la vida. A veces esperamos grandes gestas para hacer lo correcto y lo justo. Cuando en realidad el bien y la justicia son imperativos categóricos que se dirimen en las cercanías sencillas del aquí y del ahora. No es necesario cruzar una cordillera y liberar un pueblo. Basta poder liberarnos de nuestras propias ataduras. Tal vez no fundemos una Obra dedicada a cuidar enfermos de lepra, como hiciera Madre Teresa con sus Misioneras de la Caridad. Quizás Calcuta (India) esté más cerca de lo que pensamos y los pobres, los marginados, las minorías despojadas de su dignidad, sean nuestros leprosos de hoy. O tal vez Calcuta sea nuestra propia casa interior que debamos ordenar. 


Algo de todo esto hablamos aquella tarde de otoño en el campus universitario. Hoy, a la distancia, veo claramente que el disparador no fue la frase de Madre Teresa, sino la actitud de aquel joven que pudo poner en palabras su pensamiento. Mi alumno se recibió y es un profesional reconocido entre sus pares. Recuerdo los versos de Madre Teresa: "Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo... Sin embargo, en cada vuelo perdurará siempre la huella del camino enseñado".

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo