Su alma siente soledad, soledad creada por un vacío tan ajeno y tan suyo que no sabe como llenar. Lo llena con cosas superfluas que no hacen bien a su alma porque está dañada y sólo quiere tener soledad.
Alfonsina Storni es una de las leyendas de la literatura hispanoamericana que con más fuerza retumba en la memoria del colectivo y que con su muerte dio vida a uno de los mitos más románticos de la mano de la canción de Ariel Ramírez y Félix Luna. Una mujer que sufre y que decide marcharse "vestida de mar”. La tradición ha establecido que la autora de El dulce daño caminó aguas adentro hasta ahogarse, víctima de una depresión amorosa. Una muerte más poética, imposible. Pero lo cierto es que no fue así como ocurrió: ni caminó aguas adentro ni se suicidó por mal de amores.
La depresión de Alfonsina sí era real, pero su motivo era un cáncer de mamas. Se dio cuenta de que estaba enferma por el dolor que le causó en el pecho el golpe de una ola estando en Uruguay. Los análisis dieron totalmente desfavorables. En 1935, se le extrajo el tumor pero la operación le dejó grandes cicatrices físicas y emocionales. Ella se tranquilizaba diciendo que no era nada. Le aplicaron rayos, pero no debió hacérsele como a una persona común porque Alfonsina no era un ser común. Era de una sensibilidad extrema y no quiso seguir con los rayos por lo doloroso de la terapia. A partir de allí, sufrió fuertes dolores y cambió su carácter, tradicionalmente alegre a obsesivo, paranoico, con frecuentes ataques de nervios. Tras la operación devino huraña, evitando a sus amistades. Pasó su convalecencia en la quinta Los Naranjos, del benefactor de los artistas de la época, Natalio Botana (en realidad, era íntima amiga de Salvadora Medina Onrubia, su mujer).
En 1937 se suicidó Horacio Quiroga y Alfonsina despidió a su amigo con un poema que presagiaba su inminente final: "Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, no está mal. / Un rayo a tiempo y se acabó la feria / Allá dirán…”.
Alfonsina se retrajo y apenas salía a la calle. Vivió sus últimos meses atemorizada por la muerte. El 18 de octubre de 1938 su único hijo, Alejandro, la acompañó hasta la estación Constitución, donde ella embarcó para Mar del Plata. No quería que él fuera por una serie de encargos que le había encomendado, difícil no darse cuenta que no se verían más.
El vacío amaba su alma porque en ella había hallado morada y no estaba dispuesto a dejarla ni un maldito momento. Envió desde Mar del Plata al diario La Nación su poema de despedida "Voy a dormir” con una frase soberana: "Ah, un encargo,/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido”. Ese él, era Alejandro Storni y no un amante, dando por sentado el pacto autobiográfico en el poema y su propia identidad.
Su alma, acosada, no tenía nada más que hacer, que quedarse con el vacío y con su querida soledad. En la madrugada del martes 25 de octubre de 1938 se arrojó al mar desde el espigón, un macizo saliente en la costa, de la playa La Perla, en Mar del Plata. Tenía 46 años. Era una de esas noches cerradas, brumosas, frías y sin luna. Su cuerpo fue hallado a la mañana siguiente por dos obreros que pasaban.
"Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América”, titularon los diarios de la tarde la triste noticia. Su suicidio se vivió con espíritu romántico, pero no se internó en el mar caminando, con los cabellos al viento, sino que se arrojó a la mar desde un muelle consumida por el dolor que el cáncer le producía, sin esperanzas de cura. Aún así había cumplido con sus versos, había sido octubre cuando había querido "…con el paso lento, y los ojos fríos/ y la boca muda, dejarme llevar; / ver cómo se rompen las olas azules/ contra los granitos y no parpadear…”
(*) Profesora en Historia.
