Hoy, seis años después, quedó demostrado que aquella idea provocadora no fue otra cosa que demagogia. Correa anunció que perforará el Parque del Yasuní, una de las reservas de biodiversidad más importantes del planeta, desquitándose de un mundo al que calificó de "’hipócrita” porque no lo recompensó con los 3.600 millones de dólares que pidió.
De ese modo, aquella revolucionaria visión ecológica del Plan del Buen Vivir con la que evitaría la emanación de 407 millones de toneladas de dióxido de carbono y protegería a miles de especies de plantas, aves, insectos y reptiles, decayó en un enfoque económico más práctico, con el que ahora justifica la necesidad de extraer los 846 millones de barriles de crudo.
"’No me gusta la minería, no me gusta el petróleo, pero mucho menos me gusta la pobreza y la miseria”, dijo Correa, mostrando su transformación de verde idealista a experto economista. Su cambio, no obstante, fue siempre calculado. Endilgarle la culpa a la comunidad internacional porque sólo aportó 13,3 millones de dólares de los 3.600 esperados, le sirvió para enmascarar sus verdaderas intenciones.
El fracaso de su iniciativa le viene como anillo al dedo. Su anuncio actual, con bombos y platillos, de que pedirá autorización parlamentaria para explotar el Yasuní, se da en momentos que tiene mayoría en la Asamblea Legislativa, apoyo que no tenía en 2007. Tampoco encontró buen eco en 2010 cuando desistió de una consulta popular porque sabía que el resultado le sería adverso.
Pero la señal más patente en contra de su propio plan, se dio en 2009 cuando desarticuló la idea de que en la Cumbre ambiental de Copenhague se creara un fideicomiso para manejar los más de 300 millones de dólares comprometidos por Alemania, Bélgica y España. Dijo entonces que no permitiría que se afecte la soberanía de su país. Peor ahora, que para justificar la exploración que antes denostaba, culpa al capitalismo internacional por querer atarle las manos en su lucha a favor de los pobres.
Es decir, su pedido de que el mundo le extendiera un "’cheque en blanco”, sonó más como una extorsión que a una auténtica transferencia de responsabilidad ética por los estragos ambientales. Nadie se dejó embaucar creyendo que Correa era merecedor del Nobel de la Paz.
Tras su anuncio de perforación, no sólo se burló de los grupos civiles que quieren bloquear sus intentos en el Congreso mediante una consulta popular para evitar la perforación del Yasuní, sino que desafió a quienes critican su cambio de posición. "’Ahora los mayores ecologistas son los diarios mercantilistas”, respondió a las críticas proponiendo otra consulta popular para que la gente vote por diarios digitales, para evitar "’la tala indiscriminada de árboles”, desconociendo cómo se fabrica el papel periódico.
En realidad, lo interesante de este ejercicio de verde hipocresía que duró seis años, es que la escandalosa diferencia entre el dinero solicitado y el recibido, entre los 3.600 y los 13,3 millones, terminó siendo un excelente referéndum con el que se midió el nivel de liderazgo y credibilidad internacional del presidente Correa.
