La mayoría de los seres humanos carece de la más simple y, a la vez, la más compleja de las sensaciones: la alegría de vivir. Esto no constituye una banalidad porque no se trata de estar siempre sonriendo en nuestra existencia ya que el camino es largo y difícil, pleno de vicisitudes, de conflictos y problemas.
Para el lenguaje vulgar todo es según el cristal con que se mira, y esto deja una lección para los más intelectuales que tratan de hallar explicaciones complicadas para la respuesta más sencilla: la que está en nuestro corazón, la que nos hace retornar a la sonrisa cotidiana; la que nos hace comprender a los demás, ayudarlos en el silencio con gesto pródigo y finalmente hallar un crecimiento de luz para nuestra mente y nuestro espíritu.
La vida no es una fiesta pero si carecemos del optimismo vital todo parece oscuro y en tinieblas; la carga más pesada, la pena más honda. Muchas veces nos encontramos ante diversas encrucijadas pero si aplicamos un racionalismo lógico basado en la esperanza la melancolía desaparece porque quien formula proyectos; quien espera con paciencia la realización de logros mientras hace todo lo posible por concretarlos no es un ser vano que vaga por el mundo sino un hombre en plenitud que comprende los altibajos de la existencia.
Ese es el clima que debe acompañarnos en la próximas fiestas e invadir todo nuestro existir porque un individuo feliz contagia la felicidad a otros y ayuda a construir su pequeño mundo donde no sólo cabe la lágrima, por posible, por inevitable ante lo que nos sorprende y nos agrede.
Ser pesimista es declarar la derrota antes de tiempo sin haber presentado las armas poderosas de la voluntad y la fe interior. Con estos dos postulados se crea el optimismo vital que nace de quienes ven la vida como una posibilidad y no como un muro cerrado donde se asfixian ante la injusticia.
Cada uno de nosotros es una oportunidad y si comprendemos esta premisa, aún en los momentos de zozobra brillará una luz que nos guíe a buen puerto, ese puerto entendido como caridad solidaria y no como beneficencia. Es la vida latiendo y diciendo su mejor palabra: Amor.
