En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca, y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada (Mt 24,37-44).


Los cristianos iniciamos hoy un nuevo año litúrgico que comienza con el tiempo sagrado del Adviento. Por medio de tres símbolos, las lecturas de hoy nos describen la esencia de este tiempo. El primero de ellos es el símbolo de las armas que se cambian en instrumentos de paz. Las espadas y las lanzas, que son instrumentos de guerra, se transforman en elementos que sirven para la cosecha y para establecer la concordia. Es el gran sueño del profeta Isaías en la primera lectura de este domingo (Is 2, 1-5). El segundo es el símbolo del despertar: san Pablo en la carta a los Romanos invita a despertarse del sueño que es símbolo de una vida en el vacío, en las tinieblas y en el mal, exhortando a tomar un tipo singular de armas: las de la luz, para actuar como en pleno día, procediendo con dignidad. El tercer símbolo, presente en el evangelio, es el de la "hora", haciendo referencia al sentido del tiempo, al pasado, al futuro y al presente que vivimos. Mateo sugiere que esta "hora" no es un momento lejano ni futuro, sino que se encuentra en los pliegues del presente. Desde ahora puede generar una manera distinta de entender la vida. Jesús llama la atención para poner los ojos en una espera concentrada en la vida que se nos ha dado para vivirla no para malgastarla. Se refiere a lo acontecido en tiempos de Noé, cuando la gente estaba dominada por la indiferencia y la insensatez. El diluvio iba a llegar y la humanidad vivía en la distracción de la diversión y del bienestar. Es la existencia de los superficiales y de los necios; de quienes por no levantar los ojos hacia lo alto no pueden ver el paso de Dios en el hoy. Noé, en cambio, prestó atención a los signos de los tiempos y a las llamadas de Dios que leía en lo concreto de cada situación y se preparó para salvar la vida de los otros y de la entera creación.


A este punto emerge una invitación central en el discurso de Jesús: "Vigilen!" A veces nos preguntamos por qué Dios nos esconde algo tan importante como es la hora de su venida, que, para cada uno de nosotros, considerado singularmente, coincide con la hora de la muerte. La respuesta tradicional es: "Para que estemos alerta, sabiendo cada uno que ello puede suceder ahora", tal como lo expresa san Efrén el Sirio. Pero el motivo principal es que Dios nos conoce y sabe qué terrible angustia habría sido para nosotros conocer con antelación la hora exacta y asistir a su lenta e inexorable aproximación. Es lo que más atemoriza de ciertas enfermedades. Son más numerosos hoy los que mueren de afecciones imprevistas de corazón que los que mueren de "penosas enfermedades". Sin embargo, dan más miedo estas últimas porque nos parece que privan de esa incertidumbre que nos permite esperar. La incertidumbre de la hora debe llevarnos a vivir como personas vigilantes. "El tiempo pasa y el hombre no se da cuenta", decía Dante. Un antiguo filósofo expresó esta experiencia fundamental con una frase que se ha hecho célebre: "panta rei", o sea, "todo pasa". Ocurre en la vida como en la pantalla de televisión: los programas se suceden rápidamente y cada uno anula al precedente. La pantalla sigue siendo la misma, pero las imágenes cambian. Pero hay alguien que nunca pasa, y ese es Dios. En esta vida somos como personas en una balsa que lleva un río en crecida a mar abierto, sin retorno. En cierto momento, la balsa pasa cerca de la orilla. El náufrago dice: "¡Ahora o nunca!", y salta a tierra firme. Siente un suspiro de alivio cuando experimenta la roca bajo sus pies. Es la sensación que vive quien llega a la fe. Que en este adviento busquemos llenar de esperanza la vida. Como dice el poeta. "Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte: que hay que llenar nuestra vida y así dar muerte a la muerte".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández