
El hombre, animal mamífero, vertebrado, multicelular, originado en el primigenio del hidrocarburo es indiscutiblemente un ser contradictorio; lo que le permitió construir civilizaciones que demandaron milenios de esfuerzos que no vaciló destruir en meses o días, barridas por el odio o los intereses de otros pueblos. El pasado histórico de la humanidad atestigua al hombre como especie constructiva – destructiva. ¿Por qué destruye el hombre? Guerras, homicidios, atentados terroristas, violaciones, una y mil caras de la violencia ¿es necesaria para la evolución humana? ¿Para la adaptación de la especie? Nuestra época que algunos la llaman "Edad de la ansiedad” no es ajena a esta constante: dos paralelas alarmantes nos colocan en la reiterada disyuntiva: por un lado, el gran adelanto técnico-científico nos proyecta a los umbrales cósmicos, por otro, un índice elevadísimo de delincuencia de todo tipo acompañado de destrucción nos sumerge en el interior caótico del hombre. Sobre estas dos paralelas un siempre posible conflicto o atentado en algún punto de nuestro planeta. Si apuntamos a nuestro país, por ejemplo, lo que ha ocurrido recientemente en las canchas de fútbol, dentro y fuera de ellas no tiene calificativo. No es exagerado decir que el fútbol está en las puertas de cualquier tragedia. ¿A qué se debe? ¿Qué elementos influyen para que prosperen a pasos agigantados el furor, el arrebato, la agresión, los desmanes y no pueden ser contenidos? ¿Acaso el problema tenga sus orígenes en el seno familiar donde prácticamente el diálogo no existe? ¿Leyes que estando no se cumplen o implantar otras más severas? ¿Crisis de autoridad? ¿Extremo dejar hacer? ¿Débil accionar de la justicia? ¿Exceso de adrenalina con la cual vivimos necesitando aliviar esa carga mediante una multitudinaria iracundia al aire libre? ¿Intereses creados y ocultos? Sociólogos, políticos y especialistas en el tema aportan con posibles soluciones disímiles, pero coinciden en buscar la clave del proceso en esferas próximas a factores sociales y económicos. Proclamamos la paz, cooperación, justicia, el amor, la tolerancia, el respeto al prójimo pero caemos en la absurda contradicción de ofrecer a niños, dosis masivas de brutalidad, malos ejemplos y hechos de la vida diaria que acostumbran al espectáculo de las ruindades humanas y ostentan el trágico mérito de llevar el incendio a la casa de cada uno, preparándolos para las llamaradas de la violencia y lamentables crónicas policiales de mañana.
Por Carlos R. Buscemi Escritor
