Las palabras pronunciadas el sábado último por el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Hugo Luis Biolcati, al inaugurar la tradicional muestra anual, en Palermo, promovieron diferentes expresiones de apoyo o de críticas, según las ópticas de sectores de la economía o del Gobierno nacional. El polémico discurso del dirigente rural puntualizó los problemas del agro, pero lo que está fuera de discusión es la justa reivindicación de la entidad a la figura de Domingo Faustino Sarmiento por sus visionarios aportes al campo. Incluso, el prócer sanjuanino fue el promotor de la realización de la primera exposición agropecuaria que se hizo en el país, además de impulsar la fundación de colonias agrícolas y la adopción de tecnologías de avanzada desde mediados del siglo XIX.

Sarmiento fue evocado por los ruralistas en el bicentenario de su natalicio, todo un acierto rendirle homenaje porque al Maestro de América se lo conoce más por educador, pero era necesario que se lo recordara también por el empuje que dio al desarrollo agropecuario. El prócer comprendió que para que la Argentina pudiera alcanzar el grado de desarrollo de los países contemporáneos mas adelantados, debía tener políticas aplicadas sin solución de continuidad por los gobiernos que se sucedieran, es decir políticas de Estado, como las que reclama hoy el agro. Él lo hizo en su momento, al asumir la Presidencia de la Nación en 1868, con empuje innovador: fomentó y aseguró la educación popular; integró el país con los medios de comunicación disponibles; acordó los límites internacionales; fomentó la inmigración; desarrolló la producción y organizó las fuerzas armadas.

Durante su presidencia, la construcción de líneas telegráficas enlazaron todo el interior, pero buscaba acortar las grandes distancias mediante el ferrocarril. Era la forma de favorecer la radicación de colonos, la industria, el comercio y el acceso a los puertos. Esa visión produjo sus frutos: la inmigración, que para 1880 sumaba 400.000 personas, aportó el conocimiento, la técnica y la disciplina que trajo consigo y las cosechas cubrieron las necesidades internas y posibilitaron la existencia de un saldo exportable, hasta convertir a la Argentina en los años venideros en una de las primeras proveedoras mundiales.

Son innumerables los logros proyectados a todos los ámbitos donde llegó su ímpetu civilizador, que por su magnitud no tienen comparación histórica. Por eso, es lamentable que el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, haya descalificado la obra de Sarmiento, anteponiendo la figura de Juan Manuel de Rosas, solo porque fue homenajeado por la Sociedad Rural.