"Fines de febrero. Los pobladores del rico y pintoresco departamento de Caucete preparaban entusiasmados la tradicional batalla de Momo, alegre y pintarrajeado". Con esta elocuente frase introductoria comenzaba un artículo escrito en el Diario Tribuna del verano de 1940, en el cual el articulista reseñaba cómo eran los carnavales sanjuaninos de comienzo de siglo, más concretamente de 1917, haciendo un sincronismo con "La Gran Guerra'', cuando "en las antípodas, los comandos militares colocaban banderitas en los planos de la gran carnicería europea''.

Esos carnavales departamentales relatados en el escrito, constituían una de las jornadas más alegres y bulliciosas que vivía la sociedad local en pleno, en la que el único objetivo era divertirse todo lo posible, sin sobresaltos violentos, falta de respeto y sin mayores gastos. Los grandes protagonistas de aquellos eufóricos carnavales eran las barriadas vecinales, o familias, quienes con balde en mano y agua de las sanjuaninas acequias, a veces barrosa pero no importaba, emprendían esas jubilosas conductas de perseguirse o acosarse con agua, alguna vez a toda velocidad, iniciando esa suerte de batallas cuerpo a cuerpo, con los semblantes llenos de alegría. El horario usual eran las calurosas siestas, prolongándose hasta pasada la tarde. Baldes de hojalata llenos de agua, ropa de diario y ánimo carnavalero, eran los ingredientes básicos para pasar un momento inolvidable que servía para acentuar las relaciones sociales, o para iniciar una relación que podía concluir en noviazgo, ya que generalmente se chayaba entre sexos opuestos, lo que implicaba una especie de galanteo picaresco o de seducción mutua. En estas "batallas hídricas'', no faltaban las personas mayores, quienes voluntariosamente suministraban suficiente cantidad de agua a la juventud, a la par que participaban.

Otro ingrediente característico eran los corsos departamentales, con sus típicas comparsas barriales, verdaderas fiestas protagonizadas por artistas callejeros, quienes a través de estos alegres eventos, afianzaban su espacio de pertenencia social. Dichos corsos compuestos también por carros tracción a sangre, eran adornados con motivos camperos, colmados de "chinitas y mozos'', seguidos por jinetes "chapeados'' con chuzos o facones, imitando a sus antecesores lejanos. En estas ocasiones los chorros de los pomos, en ese entonces de goma vendidos en alguna esquina por algún comerciante turco; era otra manera más frágil de chayar, portando las mujeres toallas para luego secarse el rostro.