El científico inglés Stephen Hawking publicó su último libro, "El gran diseño” y su avance ha dado lugar a un amplio artículo publicado días atrás en el periódico británico "The Times”. El impacto en la opinión pública parece haber reabierto la vieja disputa entre ciencia y religión.
Para Hawking, sencillamente, Dios no tiene lugar en las actuales teorías científicas sobre la creación del universo. Los avances conseguidos en física, dice el científico, bastan para explicar, por sí mismos, el origen y la naturaleza de nuestro universo, sin necesidad de recurrir a ninguna clase de intervención divina. Su postura es que no ve necesario a Dios, "ya que existiendo una ley como la de la gravedad, el universo puede o podría crearse a sí mismo de la nada”.
No es que el físico británico niegue la existencia de Dios, algo que no ha hecho nunca directamente, sino que se limita a afirmar que su intervención no es necesaria para explicar la existencia del mundo y de todo cuanto le rodea. Una idea que puede parecer, pero que no es, contradictoria. Por lo menos desde el punto de vista científico.
La ciencia, paso a paso, ha ido explicando cómo y por qué se producen los distintos fenómenos naturales, sean o no beneficiosos para el hombre, desvelando leyes que subyacen en cada caso para producir los efectos que observamos. Pero la ciencia, actualmente no se limita a esto. Muy al contrario, los avances del último siglo la han llevado hasta la misma frontera del conocimiento y la comprensión humanas, desde lo más grande a lo más pequeño. Ese es precisamente el terreno en que se mueve Stephen Hawking, uno de los físicos teóricos más brillantes de nuestro tiempo.
Hace casi tres décadas, Hawking en persona creía que para el año 2000 la Física dejaría de existir como ciencia, que ya no le quedaría nada por explicar. Hoy, en 2010, el físico ha cambiado de opinión al respecto. ¿Y Dios? A lo largo de la historia, la figura de un Dios que está detrás de todas las cosas ha ido cediendo terreno.
También Einstein, que no era precisamente creyente, recurrió al Creador en la célebre frase de "Dios no juega a los dados”, pero lo hizo para rebelarse contra el caos que la entonces incipiente física cuántica inyectaba en un universo que hasta ese momento se creía perfectamente ordenado y previsible. Aunque razón y fe no se deben oponer, hay que dejar que la ciencia investigue según sus propios medios separándola de la religión.
