Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá" (cf. Jn 11,1-44).


Al inicio del cuarto evangelio, Juan define a Jesús como luz y vida. El relato de la curación del ciego de nacimiento, que escuchamos el domingo pasado, es la dramatización del tema "Jesús-Luz". El de hoy es la dramatización del binomio "Jesús-Vida". Ya había advertido el Maestro: "Llegará la hora en que los que estén en los sepulcros oirán mi voz y saldrán de ellos" (Jn 5,28), y he aquí que Lázaro escuchará la voz de Jesús y volverá a vivir. El signo de hoy sucede en Betania, que significa "casa del pobre". El hombre que está allí enfermo se llama Lázaro. Este nombre es la forma abreviada de Eleazar, que significa "Dios ayuda", y como veremos al final del evangelio, es lo que experimenta este pobre amigo de Jesús. En el momento de nacer y en el de morir, nadie se vale por sí mismo. Nadie nace sin madre y nadie muere sin el Padre. Lázaro representa a cada uno de nosotros, que frente al mal, primero vacila, luego cae, y al final muere. La misión de Jesús es aliviar al hombre de su mal y resucitarlo de la muerte. 


Lázaro es el único curado milagrosamente que aparece con su nombre explícito en el cuarto evangelio. Es el primero que sale del sepulcro para seguir al "pastor bello", que llama a cada una de sus ovejas por su nombre (cf. Jn 10,3). Cuando Jesús llegó, encontró que Lázaro ya llevaba cuatro días en el sepulcro. En el mundo oriental de esa época se consideraba que luego de tres días, la muerte era definitiva, ya que al cuarto comenzaba la descomposición. El amigo de Jesús se encuentra sepultado. "Sepulcro" en griego se expresa con el término "mnemeîon", que tiene la misma raíz que "memoria" y "muerte", como así también de "méros" (herencia) y "moîra" (suerte). El hombre, aunque se crea todopoderoso, debiera saber que es polvo y al polvo volverá. De la tierra viene y a ella regresará. El "memento mori" va unido al "ars moriendi". La primera es una frase latina que significa "recuerda que morirás". Tiene su origen en una particular costumbre de la Roma antigua. Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de la Urbe, tras él, un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre. 


Hay algo llamativo en el texto: "Jesús lloró frente al sepulcro del amigo". El verbo griego empleado (edákrizen) se refiere a un llanto marcado con lágrimas, pero sin sonido alguno: silencioso. Es la única vez en que aparece en el evangelio de Juan y en todo el Nuevo Testamento. Sus lágrimas tienen una nota de serenidad. Sus lágrimas no son impotencia de dolor, sino potencia de amor: es el llanto de Dios por el mal del hombre que ama. Dios se solidariza con el dolor, pero no con la desesperación. Frente a la muerte es imposible alguna acción; sólo queda esta reacción. Sin el pecado, la muerte no estaría envenenada. Nuestro fin sería encontrarnos con nuestro principio. Pero el pecado ha hecho que rechacemos nuestro principio y nuestro fin. Nos hizo huir de él y nos ha encerrado en sí mismos, en el intento desesperado de salvarnos. La gente exclamaba. "¡Cómo lo amaba!". El llanto de Jesús es su declaración de amor hacia toda criatura. En ese gesto se revela el corazón de Dios. Si el nombre de Dios es "Amor", al devolverle la vida a Lázaro descubrimos que su nombre es también "Resurrección". Es que amar es resucitar. Como decía el filósofo Gabriel Marcel: "Amar significa decirle al otro: Tú no morirás jamás". En palabras del poeta: "Morir sólo es morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba. Acabar de llorar y hacer preguntas; ver al Amor sin enigmas ni espejos; y hallar, dejando los dolores lejos, la Noche-luz tras tanta noche oscura".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández