El esperado mensaje navideño del papa Francisco, con la bendición "urbi et orbi" (a la ciudad y al mundo), ante unas 100.000 personas congregadas en la Plaza de San Pedro, tuvo como destinatario al terrorismo jihadista, y a los conflictos mundiales que se suceden desde Ucrania hasta Israel y los territorios palestinos. Francisco clamó contra la dureza de corazón de los sumidos en la globalización de la indiferencia.

Luego de hacer votos para que la Navidad les traiga esperanza los desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos en las zonas castigadas por la violencia, el Papa pidió que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los castigados por la tragedia reciban ayuda humanitaria para sobrevivir, aludiendo al resto del mundo insensible ante los estragos del fundamentalismo y la intolerancia.

Francisco particularizó su mensaje con un llamado emotivo por "los niños desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños masacrados en los bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios", afirmó, y citó a "los actuales Herodes", de manos ensangrentadas como las del rey bíblico que ordenó la muerte de niños porque veía a Jesús como una amenaza a su poder.

También rogó por los niños muertos antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y sepultados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida.

La indignación del Papa se tradujo en una severa crítica a los insurgentes del Estado Islámico, por la muerte y expulsión masiva de musulmanes chiitas, cristianos y otras minorías en Siria e Irak, porque no comparten la ideología ni las medidas draconianas que el extremismo impone a sangre y fuego en las extensas tierras bajo su férula. De la misma manera clamó por la finalización de los conflictos en los países africanos, a la vez de reiterar la convocatoria al diálogo entre israelíes y palestinos. Y censuró el reciente ataque talibán a una escuela de Pakistán en el que murieron más de 130 estudiantes.

La humildad y el dolor de Francisco se reflejaron en el sorpresivo llamado telefónico a los cristianos refugiados en un campo de Ankawa, Irak: "Ustedes son como Jesús en la noche de Navidad. Para él tampoco había lugar", fueron sus palabras de compasión.