".. .Estoy volviendo a los túneles de la fotografía vívida para reencontrarme con cosas entrañables...".


Año 1966. Mi padre montado en un caballo de la zona mira calmo y con leve sonrisa. A su costado, un tala añoso revolea tortolitas y alguna iviña. Parece ser media mañana. Mi padre tiene puesto un abrigo simple de lana y el sol le transita la mirada mansa. Un año después moría sorpresivamente y muy joven en una de esas agachadas del corazón. 


La foto está ahí señalando fuegos y lágrimas. Un fondo de cielo invernal pone telón al paisaje de Valle Fértil. Una rústica tranquera se acomoda los huesos en el desfiladero del alambrado desprolijo de vejez. 


Imposible era en esos días imaginar un año próximo sin mi padre. Miro la escena cristalizada y las cosas que la componen recuperan movimientos y emociones; el noble caballo mueve senderos toscos, sacude la cabeza cansada y piensa su soledad; la brisa columpia el tala antiguo; los pastizales se entregan a los arroyos y reivindican el verde. Fuimos parte de la escena, muchachos asombrados en el agreste paisaje. Hoy retorno a ella. Desde un ranchito, una puerta de género floreado sacude vientos húmedos. Un chivo corretea por el corral. Un perro (como el la cueca de Saúl Quiroga, al que "se le quiebra el espinazo") nos ignora. El aroma del arrayán vuelve desde los sacudones del recuerdo e inunda la catedral del día. Salgo a buscar a mi padre entre remesones de lágrimas y escucho nítida su voz compañera recomendándonos una zamba que a él lo fascinaba (La Volvedora). Tiene razón, esa zamba de Manuel J. Castilla y Eduardo Falú es hermosa. Se la canturreamos y él llega a lagrimear. El viejo DKW gris espera al costado del camino. Con todo eso que nos rodea nos llenamos de gracia para poder sobrevivir en la simple alegría y la paz. 


Voy a quedarme unos días allí. O sea, estoy volviendo a los túneles de la fotografía vívida para reencontrarme con cosas entrañables. La película del tiempo se me acurruca mansa como gato anciano. La acaricio y el paisaje del Valle se incorpora en la imagen para devolverme a la adolescencia azulina y los rumbos radiantes del alma.


Nada podrá contarme qué fue del viejo animal que montaba mi padre; dónde quedaron sus rústicos huesos; si el viejo tala está aún revoleando poemas de pájaros; si canta igual la pajarera del viento, aunque con otras voces. Si aquella zamba con la que mi padre lagrimeaba está flotando en las acequias o danzando con la llovizna leve, tratando de reanimarle el pulso detenido.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete