Aún perduran los efectos políticos del 17 de octubre de 1945, fecha que marcó la política, la historia y por lo tanto, la vida de los argentinos. La significación otorgada a esta fecha ha cultivado los más disímiles comentarios de todo orden y nivel. Se ha tejido mucha tela al amparo de este acontecimiento político-social del siglo XX y más allá de las opiniones y conjeturas, lo concreto es que aquel día nació el peronismo, precisamente, cuando se produjo la simbiosis entre el coronel Juan Perón y el pueblo trabajador, lazo común que sólo perdería su indisolubilidad el 1 de julio de 1974, momento del paso a la inmortalidad del insigne conductor. Así nacía también el Día de la Lealtad, sinónimo de aquella epopeya social que determinaba con su acto espontáneo pero de firme convicción, la libertad del prisionero Perón, cimentándose una relación de ida y vuelta, de recíproco compromiso, alumbramiento genuino que generó un vínculo de 29 años de lealtad en mutua correspondencia entre dos actores: un líder y un pueblo.

En mayor o menor grado los argentinos conocemos la cronología de estos hechos, pero conforme los nuevos tiempos y la valoración de la vida y de las cosas, el giro que han tomado la política y las relaciones humanas a la luz de la moral y la ética, obligan a este presente contemporáneo a auscultar una relación que marcó un tiempo pasado que otorgó réditos políticos a un conductor y su pueblo que supieron fusionarse en la consecución de una idea y una filosofía. En esa valoración y con el propósito de otorgar significación al concepto lealtad, el propio Perón expresó el 24 de julio de 1947 lo siguiente: "De acuerdo con el concepto clásico, significa cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y del honor". "Cada hombre necesita confiar en la lealtad del que está al lado; cada pueblo necesita confiar en otro pueblo y en su conductor, así como para este es indispensable poder entregarse ciegamente a sus hombres y a su pueblo". "La lealtad es la base de la acción; lealtad del que dirige, lealtad del grupo hacia sus dirigentes. La lealtad no puede ser nunca condición a una sola punta".

Había dicho con anterioridad, en el año 1944: "El mal de los pueblos no está a menudo en la falta de capacidad de sus gobernantes, sino en la ausencia de virtudes de sus hombres". En la paradoja del nuevo tiempo, desde el mismo día de la muerte del líder peronista, la palabra lealtad resonaría a los cuatro vientos, casi como una necesidad imperiosa en la voz de esa convulsionada fuerza política de la República Argentina, a modo de pronunciamiento constante en la voz de una dirigencia que con absurdidad reclamaba lo que no estaba dispuesta a cumplir. Es la misma dirigencia que jamás cumplió con el legado de su +amada+ Evita. De esa deuda son acreedoras, incluso, las propias dirigentes femeninas del magno movimiento. La ausente autocrítica es una práctica que se perdió hace tiempo de la metodología diseñada por el propio Perón como el modo eficaz que permitía recuperar la confianza entre los pares y en la relación con sus dirigencias y la conducción.

Los principios doctrinarios se colgaron en el pasado y fue más fácil plantear el aggiornamiento que producir la actualización político-doctrinaria aprehendida que no pudo realizarse después del fallecimiento del viejo creador de la Doctrina, ya que ésta sólo podía realizarse desde el más alto nivel de conducción política del Movimiento Peronista, que requería además, de autoridad moral e intelectual para adaptar la montura al caballo de la evolución. En esa carencia notable de valores la palabra lealtad tronó con mayor estridencia en los oídos y en la conciencia de encumbrados dirigentes que después de llegar al umbral de la cargología, recién desde ese pedestal se esculpieron con fuerza suficiente para saltar el cerco. El seno partidario sufrió el histriónico debate con pretensiones de parangonar la fidelidad con la lealtad. No se pusieron de acuerdo porque la fidelidad tiene que ver directamente con una persona, con el corazón, con el amor, con promesas, con sometimiento. La lealtad tiene que ver directamente con una causa, con lo legal, con la razón, con acuerdos, con asentimiento.

La verticalidad había sido el signo cualificante de esa relación de conducción política excepcional que dio formas metodológicas a la organización estructural de los distintos encuadramientos, organizaciones de cuadros, de la militancia y por supuesto, en todas las ramas que desde el Partido Justicialista se proyectaron en el Movimiento Nacional diferenciándose en esa conjunción de vínculos de todas las fuerzas político-sociales del país. A pesar de la diáspora que ha vivido el peronismo desde hace 36 años por la constante persecución, rencillas intestinas y altas traiciones, sigue siendo con sus defectos y virtudes el partido político mejor estructurado y organizado de la República Argentina, demostrando en ese andarivel una coherencia y voluntad de poder como no se ha visto en las otras fuerzas políticas que hoy son partes de la llamada "oposición" donde están ubicados muchos gajos de ese árbol que, nos guste o no, se ha prodigado con sello propio durante 55 años y realizado una transformación evidente en el estilo de vida y en la institución grande llamada Argentina.