Santo Tomás de Aquino lo trata en la 1ª parte de la Suma Teológica, en la cuestión 107, cuando habla del Tratado de la Conservación y Gobierno del Mundo. Nos dice que los ángeles hablan en el sentido de que nos manifiestan a nosotros o a un ángel inferior, un concepto de la mente que ellos conocen y nosotros o el ángel inferior no.

Es semejante a cuando utilizamos el término "’iluminar”: Se aclara algo en nuestro interior, la comprensión de Dios, de su Voluntad, de la verdad de las cosas, de nosotros mismos. Éste es el hablar de los ángeles, más allá de las palabras, a través de los conceptos de la mente y que debemos discernir si proceden de ellos: Su rastro es que dejan precisamente luz y no oscuridad ni tinieblas, paz, serenidad y ánimo, y no inquietud, desasosiego y desánimo o desgano, dulzura y no amargura, consuelo y no tristeza y pesar. Es como una palabra interior, una luz en el corazón, un "’verbo mental”.

¿No necesita el ángel para comunicarse del sonido de la voz para el lenguaje? Cuando responde Santo Tomás de Aquino, dice que no es necesario el lenguaje exterior a través de la voz por la mediación (u obstáculo) del cuerpo. Pero al ángel no les son necesarias las palabras del sonido de la voz, pues es incorpóreo e inmaterial, carece de la mediación (u obstáculo) del cuerpo. Le basta con la comunicación interior, mental, de inteligencia a inteligencia.

¿Y cómo llaman la atención para que les atiendan cuando "’hablan”?

En la respuesta a la tercera objeción del artículo 1 de la cuestión 107 que venimos tratando de Santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica sobre "’el lenguaje de los ángeles”, no dice el santo doctor que no tienen necesidad como nosotros de llamar la atención corporalmente para que nos atiendan o escuchan, ya sea chistando, realizando un sonido o grito más alto, palmeando al interlocutor para que se fije en nosotros. De todas maneras, su movimiento es excitar, "’tocar” de alguna forma la inteligencia o imaginación interna de aquel a quien quieren manifestar algo, para que les preste atención y tenga en cuenta su locución o mensaje.

¿Le hablan a Dios los ángeles? Tomás de Aquino lo trata en la cuestión y nos responde que a el Eterno le hablan, ¡manifestando sus conceptos aclamativos de admiración y alabanza! También pueden preguntarle a Dios, para que les manifieste algo con referencia a la misión salvífica específica que deben realizar entre los hombres.

Por último, en el art. 4, preguntamos: ¿Deben acortar distancia los ángeles para hablarnos? ¿Deben gritar para que los escuchemos cuando están lejos? La respuesta es clara: El hablar del ángel es una acción de la inteligencia que aclara o ilumina conceptos. Esta acción intelectual es independiente del tiempo y del lugar. Es atemporal. Por lo tanto, si es independiente de tiempo y lugar, en nada influye la distancia, propia del tiempo y de los lugares. Puede hablar desde lejos o desde cerca, que serán "escuchados", producirán igual su efecto en quién los "’escucha”, en aquel a quien el ángel se dirige, iluminando, clarificando su concepto mental o interior.

¿Qué es el lenguaje?: Es un conjunto de símbolos (distintos los símbolos latinos, los griegos, los hebreos, entre otros) que, articulados, unidos, combinados expresan el pensamiento o el ser de las cosas, las ideas y el sentir de los pueblos; además, permiten a las personas comunicarse a través del sonido de la voz por medio de las palabras, de los gestos (lenguaje no audible) o de la escritura (símbolos gráficos). Este lenguaje puede ser el común de todos los días, técnico (o científico) o literario. En cualquiera de los tres puede intervenir el ángel. El conjunto de voces o vocablos de un pueblo o nación constituyen su idioma.

Una experiencia de ángeles.

San Isidro era un humilde labrador campesino de España, nacido en 1080, que trabajaba la tierra desde joven. Luego de que fuera echado de otro lugar por denuncias que decían que "’no trabajaba”, fue contratado por el hacendado madrileño Juan Vargas. Otra vez fue denunciado por "’perder tiempo durante el trabajo”, y su patrón lo espió a escondidas: ¡Cuán grande fue su sorpresa al verlo arrodillado en el campo! Pero mientras él se elevaba hacia Dios en la oración, dos ángeles acudían en su ayuda: Uno manejaba el arado, y otro guiaba los bueyes.

Juan Vargas transformó la estima que tenía por Isidro en admiración y benevolencia. Pero el humilde labrador no se aprovechó de esta circunstancia. Siguió orando y trabajando como siempre con su esposa, que siempre lo acompañaba, y lo que ganaban lo compartían con los más pobres. En armonía con la creación, también los pájaros revoloteaban a, sabiendo que en el camino les dejaba espigas de trigo para alimentarlos.

Fue canonizado en 1622 junto a grandes santos, como han sido Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Francisco Javier y Felipe de Neri.

(*) Profesor de Teología. Pontificia Universidad Católica.