La bronca o angustia se deben transformar en una organización de transformación. Saber canalizarlo todo en un deseo de cambio renovador. El agua es signo de vida o muerte. Ayuda a la vida cuando calma la sed, pero se vuelve hostil para la humanidad en tiempos de catástrofes. Cuando una deflagración arrasa con todo, destruye. El mismo lodo con el tiempo se va, pero deja un profundo surco de angustia y bronca. Cuando los infortunios del nadar contra corriente llegan de forma sorpresiva, suelen dejar al descubierto las grandes falacias y tragedias de la cotidianidad.

Tres, son las tragedias visibles más importantes del Estado, que lo surcan casi como tres columnas vertebrales: La primera es la tragedia del "’poder”, cuando no hay previsibilidad o planificación para adelantarse a las cosas, sino solo intuición. La segunda es la tragedia de la "responsabilidad”, o de aquél que debe estar y no está, pero también del que debe velar para que las cosas estén en la realidad cotidiana. Salir de la comodidad ante los diversos problemas. Consiste en la ausencia de la "ética”, o de aquella que pueda velar en el control y el rendir cuentas. Y, la tercera y última tragedia, desnuda el olvido de la "angustia”. Cuando nos olvidamos prontamente de los problemas. Cuando no tomamos apuntes para que nunca más vuelvan a suceder. Temas profundamente presentes en los filósofos existencialistas, como Kierkegaard y Heidegger. El recuerdo angustiante que refleja a la angustia como la posibilidad constructiva de la libertad. Que tarda en sanar.

Y, casi como un mecanismo de defensa ante los problemas a vencer, solo tendemos cómodamente a borrarlos o desligarlos a otro. Pero el recuerdo vuelve en la historia. Y, se repite incansablemente en la tragedia presente. El olvido destructivo no va a cambiar nuestra historia, pero sí la necesidad de salir con el recuerdo constructivo, para rescatarnos como sociedad en la angustia de la nada. A veces, nos queda la impresión de que en la realidad desesperante nada está. Aunque, sólo el "hombre nuevo” (tan presente en la teología paulina), nos permitirá salir de la desilusión de la vida política, para no escapar al recuerdo y poder estar atentos ante un cambio oportuno.

Actualmente, como sociedad tenemos dos opciones: Una, consiste en la "unión”, cuando un conjunto de ciudadanos busca una identidad para llevar a todos los hombres al bien común. Otra, consiste en el "faccionalismo” de la desunión, que alimenta el oportunismo y la división permanente. Sólo lleva a la naturalización de la falacia. A acostumbrarnos a lo malo, que se visualiza en las tragedias extremas, y que cuando vienen repentinamente cuestan olvidar. Solo nos dejan en el recuerdo destructivo. Nos acostumbra a vivir olvidados, tristes y mal.

Las diversas tragedias padecidas en la Argentina, previsibles o no previsibles, ocasionales, accidentales o meteorológicas, solo desnudaron la tragedia de la angustia. La necesidad, soledad, pobreza y desamparo. La irresponsabilidad para abrirse, ver y solucionar los problemas reales de la gente. Solo dejó sensación de abandono. Cosechó huérfanos, reflejó como estábamos, "a las buenas de Dios”, o envueltos en el derrotero de las peleas ilusas. Este lodo cotidiano es el que nos obstaculiza para reencontrarnos. Este barro de bronca y angustia es el que nos empantana en el "hombre viejo permanente”, ante la necesidad del "’hombre nuevo progresista”. Y, a este desorden destructivo lo podemos detallar en diez puntos importantes:

1-El hombre viejo: consiste en no tener la capacidad o la sabiduría que nos permita dejar de concentrarnos en los viejos problemas de siempre, para empezar a preocuparnos por los nuevos temas de hoy. Aquellos que puedan posibilitar el cambio profundo y verdadero a futuro. Ello sólo será posible si el eje de todo se empieza a basar en la Educación, sin discriminación. 2- Exitismo: que solo se traduce en la realidad aparente y el oportunismo. 3- No observar bien: cuando miramos los problemas con obsecuencia o abuso de poder. Y, no profundizamos con mirada crítica la realidad. 4- La mentira permanente: que alimenta la cultura del relativismo. Mi verdad es la que vale. 5- Aparentar en la sola asistencia: cuando tranquilizamos nuestra conciencia en el mero hecho de regalarle a la gente. Sin preocuparnos para que salgan adelante por sus propios esfuerzos. 6- Negar los hechos: ya sea por miedo o desconfianza a nosotros mismos. 7- Relativizar las cosas: cuando pensamos que está todo bien. Sin problemas. 8- Ciencias sin historias: cuando no valorizamos la memoria. El no mirar el ejemplo de los inmigrantes que cambiaron la Argentina con hechos reales. 9- Ser superfluos: no somos profundos si vemos solo lo que nos conviene. 10- No adaptarnos: no abrirnos a la realidad. Conformarnos. No mejorar.

No obstante, la tragedia es oportunidad de ruptura para rescatar el "hombre nuevo” y desnudar al "hombre viejo” destructivo. Para ello, la bronca angustiante se debe canalizar en un deseo de cambio renovador.

(*) Periodista, filósofo y escritor.