Para orientarse, no tiene otro modo que bucear por entre las vivencias de sus predecesores, por las místicas huellas dejadas en el libro de la creación, pues lo importante a la hora de ponerse en camino, aparte de abrir los ojos, es tomar el abecedario de la lámpara del verso, aquella que nace dentro de sí, y que nos permite encontrar el pulso del alma, que es lo que verdaderamente nos alienta y alimenta en nuestros planes de autenticidad para humanizarnos.

En el momento presente nos sobran demasiados actores políticos de usura inexplicable. Sólo hay que ver cómo todo lo embadurnan de miseria, de corrupción, de ausencia de libertad.

Son los Herodes de ahora. De ahí la necesidad de que el ser humano se revele contra sí mismo, siga luchando y creando hermosura en su diario de existir, a pesar de ese otro espacio bárbaro y hostil que nos acorrala.

Lo admirable son esas gentes de amor profundo, que le plantan cara a esos grupos violentos para que depongan las armas, la desmovilización, la repatriación y la reintegración.

Creo, que debemos tomar un nuevo destino, el de la reconciliación. Quizás, por ello, tengamos que hacer como aquellos Magos de Oriente que, con gran astucia y tesón, hallaron la luz que no encontraban, la búsqueda de la verdad, la pasión por los más indefensos.

Ellos, los ilusionados e ilusionantes Magos de Oriente, si que supieron conjugar esa inspiración luminosa con su andar por la vida sin disfraz, siendo cada cual él mismo, más allá de cualquier mundanidad dominadora.

Para unos serían soñadores, para otros unos sagaces poetas, e incluso para otros unos meros entusiastas, pero lo cierto es que estaban ahí, afanados por el deseo del corazón, de esclarecer la vida y de entusiasmarnos con ella. Al fin y al cabo, qué es la vida sino un peregrinaje para enaltecer nuestra humanidad, para sentirnos más vivos que nunca, para injertar una existencia que se ofrece a los demás, sin esperar recompensa alguna.

Tal vez tengamos que ser más corazón, ¡seámoslo!; que la vida no se ha hecho para la palabrería y el frenesí, sino para compartirla en sosiego y para disfrutar viviéndola, más allá de la atracción frívola, con un renovado humanismo, más del discernimiento que de la insensatez doctrinaria, para que podamos fraternizar en esta globalizada deslocalización.

Indudablemente, ante esta bochornosa realidad, tenemos que volver a ese pesebre de Belén, a recapacitar, y como los Magos de Oriente, sería bueno que saliéramos posteriormente a oírnos, a vernos en nuestro propósito.

Tenemos tarea por hacer, la primera ser libres que ya es difícil en estos tiempos, después dejarnos someter a la pureza, para poder avivar ese verdadero albor que aún seguimos buscando, la de ser persona de valor para reconstruir la confianza entre análogos y forjar horizontes comunes.