No puede quedar sólo en una frase el propósito enaltecedor de una mejor calidad de vida y máxime si va dirigido a un sector muy específico: los ancianos.

El abandono de los adultos mayores es paralelo y tan doloroso como el de los bebés porque llega a la comunidad como un clamor silencioso, tácito y a veces amparado por distintas circunstancias y hasta por su propio entorno.

La soledad y la falta de afecto constituyen, sin duda, los problemas más acuciantes para quienes llegan a la vejez quienes se ven sorprendidos a veces por seres extraños que los golpean, los agreden o les roban. También cuando los hacen aguardar en colas interminables para cobrar sus magros haberes jubilatorios.

El escenario no puede ser el del espanto. Hay cierta preocupación estatal por darle a la tercera edad mayores alternativas de una existencia renovada. Asimismo las asociaciones no gubernamentales, las uniones vecinales, los voluntariados, la Iglesia, los socorren en momentos difíciles.

Un fenómeno que han observado con frecuencia los psicólogos posmodernos es el "gerocentrismo'', es decir, personas de avanzada edad que se manejan en forma independiente y ponen en peligro sus bienes y su existir tomando decisiones no siempre convenientes como reacción ante la indiferencia de los suyos. Pero existe, por otra parte, en la actualidad una preocupación desmezurada por el joven, ya sea por el consumismo que los arrastra a gastar sin sentido o porque se ha instalado una moda en la que la experiencia nada vale.

Una mejor calidad de vida no pasa por lo fisiológico ni solo por una buena atención médica sino por el conjunto de valores transmitidos a las generaciones para que fortalezcan a los mayores en sus requerimientos, en sus reclamos, en los

ojos que mudamente los siguen para solicitar la ayuda necesaria.

¿Dónde están los hijos que recibieron tanto de sus padres en esa precisa edad en la que deben acompañarlos para hacer más plenas sus horas? En esta doble vía que es en fin la existencia estamos, generación tras generación y ese aprendizaje auténtico, espontáneo, natural de ser hijos y padres de sus propios progenitores es una tarea difícil pero no imposible.

Comprender este mandato genuino, nacido de las propias entrañas de los sentimientos tiene que ser entendido por muchos que con su silencio evitan la ayuda no sólo material sino afectiva para los más vulnerados.