"Cuando alguien utiliza el arte para lucrar favoreciendo intereses de un partido político o un gobierno, está denigrando, desvirtuando el arte y la cultura.''


Mucha o poca, todos tenemos alguna inclinación ideológica; es un modo de pararse ante la vida y puede emparentarse con alguna preferencia política. 


Los artistas no escapan a esa realidad, aunque generalmente son bastante indiferentes y poco informados en política, al menos en nuestro país. No tienen obligación de ser militantes de la política; pero pueden expresarse a partir de una posición social crítica o ascética o ignorar la política, aunque sea ésta, en esencia, un instrumento para el bien común.


Hace unos años un conocido folklorista que era contratado prácticamente en todos los espectáculos organizados por el gobierno, se quejaba con vehemencia porque no había sido contratado en el festival de Jesús María. Dejaba entrever que tenían la obligación de contratarlo, aunque una institución privada tiene el derecho de elegir a quien convocar y a quien no.


Estas desacomodadas actitudes no se entenderían si no recordamos que en épocas no lejanas éste y otros conocidos exponentes (músicos, actores, cineastas) eran convocados para todos los espectáculos del gobierno, excluyendo a la gran mayoría de colegas; ejercían el monopolio de la actuación y el subsidio a las expresiones del arte que querían producir.


Esto ocurría por el solo hecho de tratarse de gente que hacía ostentación de su militancia en el partido gobernante, que era retribuida con enormes cachet o subsidios cinematográficos para obras que en muchos casos no se estrenaron. La gente del arte hemos tenido acceso público por Internet a presupuestos cobrados por esta gente que, de buenas a primera, el mismo cachet habitual lo transformaron de un día a otro en la misma cifra pero en dólares. Es legítimo difundir un mensaje artístico de contenido social porque el artista puede elegir esa temática y hasta usar un lenguaje de protesta, sirviendo a los intereses de los más humildes, los postergados o los que sea. Lo que no corresponde es servir a los intereses del poder de turno, como no deben los organismos de derechos humanos convertirse en brazos de expresión de una facción política partidaria, porque esos derechos son del hombre como tal, le pertenecen por el simple hecho de su humanidad. 


Cuando alguien utiliza el arte (que es una expresión universal) para lucrar favoreciendo los intereses de un partido político o un gobierno, está denigrando, desvirtuando el arte y la cultura. Se convierte en un agente contracultural, desleal con la belleza, la que no admite más argumentos que el talento y sobrevuela con dignidad intereses sectoriales o circunstancias de que se sirven determinados artistas para dividir tristemente a la sociedad. La grieta, desgracia dolorosa que nos aqueja, tiene mayormente origen en varias de estas deformaciones que seccionan la sociedad usando para objetivos de la mala política fines o procederes nobles.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.