La tragedia ferroviaria en la estación porteña de Once, con un saldo de 49 muertos y 675 heridos, volvió a enlutar al país, esta vez a tan sólo ciento cincuenta metros de Cromañón, donde hace ocho años fallecieron 194 personas. Este es uno de los peores accidentes de la historia ferroviaria argentina, sólo superado por los accidentes de Benavidez, el 1 de febrero de 1970, que dejó 142 muertos y 368 heridos, y la del tren Estrella del Norte, procedente de Tucumán en 1978 con 2.130 pasajeros, que embistió en Santa Fe a un camión que intentaba cruzar la vía y que arrojó 55 muertos y 56 heridos.

La última colisión pone de relieve nuevamente el calamitoso estado de los trenes argentinos y las condiciones infrahumanas en que viajan los usuarios. Lo ocurrido en 2011 supera todo lo conocido hasta el momento: En doce meses hubo siete accidentes ferroviarios sumando 72 muertos y 700 heridos. Resulta tristemente cierto lo que denuncian los sindicatos ferroviarios y las asociaciones de usuarios, quienes responsabilizan a los sucesivos gobiernos nacionales de estos últimos años, por una falta de inversión grave en el sistema de transportes.

El secretario general del sindicato de maquinistas "La Fraternidad”, Omar Maturano, reveló que el tren eléctrico accidentado el miércoles pasado era de origen japonés, remodelado en 1962. La situación general de los servicios ferroviarios y, en particular, los suburbanos de pasajeros que se prestan desde la ciudad de Buenos Aires, se ha convertido, desde el mismo momento en que se hizo cargo de ellos la gestión privada, en un ejemplo elocuente de lo que suele ocurrirle a una sociedad cuando el Estado deja de cumplir las obligaciones que le son inherentes o las hace de una manera deficiente. Últimamente, las protestas de los usuarios subieron de tono y se fueron difundiendo, a través del reiterado testimonio periodístico, datos y circunstancias reveladores de la prolongada e inaceptable desidia en que han incurrido los contratistas en cuanto a su obligación inmediata de preservar el bien público representado por los ferrocarriles.

En lo que concierne al transporte ferroviario, la senda del progreso maduro y responsable es la que nace del esfuerzo compartido entre el aporte privado, hecho de riesgo y eficiencia, y el control severo del Estado, basado en la permanente defensa del interés público.