El distingo que se hace con la mujer, concediendo o negando sus derechos en relación con los que ostenta el hombre, es el resultado ancestral de una comparación entre la "fortaleza” masculina y la "debilidad” femenina.
Entre el hombre y la mujer contemporáneos, existe un común estilo de vida que los inclina hacia la soltura, el desprejuicio, el "laisser faire, laisser passer” -aforismo francés que preconiza "dejar hacer, dejar pasar”-, es decir, soslayar la existencia, alivianándola de "pesos inútiles”, como pueden ser los atavismos seculares, a los que ciertas etnias orientales aún siguen atadas.
Para que la mujer de hoy se dé cuenta de todo lo que en la actualidad la asiste en su favor, y en su libertad volitiva de decisión, "sobrevolaremos” Oriente, echando un vistazo a Afganistán. País del sudoeste de Asia, uno de los más pobres del mundo, con poco más de 27 millones de habitantes, "gracias” a su religión -el islamismo (Mahoma)- sostiene a la mujer en estado de opresión y desprecio, la considera subgénero de la especie humana, agente del pecado, cuya facultad es sólo la de engendrar y criar hijos, etcétera, dentro de un más del 16% de analfabetismo en sus filas. Si hacemos hincapié en ello, y asimilando relación, las mujeres argentinas -con más de otras mil millones en el mundo- viven en el "paraíso terrenal”.
Desde hace algo más de un siglo, cuando estaba comenzando la defensa de los derechos femeninos, con el transcurso de esa incipiente lucha surgió, y se afianzó, el término "feminismo”, que determina una doctrina social favorable a la mujer, entra en la experiencia, y nada tiene que ver con "machismo”, que no tiene -ni mucho menos- alcance doctrinal, y que nació de una tosca y grosera -por no decir irracional- actitud de prepotencia del hombre hacia la mujer.
Pero la tangencia de lo femenino con lo masculino, ha venido asentuándose desde los últimos tiempos del siglo pasado, hasta la actualidad, donde la mujer "ha hecho camino al andar”, y apasionadamente, lúcidamente, disputa palmo a palmo su derecho al libre desarrollo de sus capacidades y de su personalidad. La mujer ocupa desde el "simple” rol de ama de casa y madre, hasta la resuelta,y sumamente responsable, tenencia de jerarquías públicas o privadas que la comprometen, obligándola a superarse dando lo mejor de sí misma.
Pero la sociedad es "la” sociedad, y estamos en una etapa -llena de dunas y tembladerales- en la que ocurre aquello de "’en todas partes se cuecen habas”. El hombre y la mujer serán siempre los mismos, productos de sí mismos, inconmensurables criaturas, por un lado -¿quién entra en el abismo humano, y se proclama vencedor de ese abismo?-, y por el otro, también producto de la realidad que los circunda, tantas veces abrumadora, o terminante, o definitiva, lo suficiente como para dejar desnuda la presencia mutable de la criatura racional.
Por naturaleza, la mujer y el hombre son erráticos sociales, pero su gregarismo de vida -seguir y estar con otros en asumida sociedad natural- los hace confundirse y complementarse, dada su identidad genética, en los mismos caminos existenciales.
(*) Escritor.