Cuando se valora erróneamente el tiempo de la vida en una nación, ésta se derrumba en su cimiente más profunda donde descansan los principios y valores que la constituyen esencialmente. La vida está relacionada directamente con el tiempo por vivir a partir del primer hálito del hombre. Por respeto a la persona humana, debe valorarse el tiempo en su verdadera dimensión, superando el concepto "humano" que pone precio a todo, en un mundo amigo de la iniquidad, donde fluyen sociedades sin proyecto, de pensamientos sin objeto. En ese irracionalismo nihilista, a Dios no se le ha tomado asistencia. Luego, la tristeza del alma embarga el corazón de los seres cuando advierte, tarde, que el tiempo malogrado no se recupera ni recompensa con dinero ni oro, porque la vida no tiene precio utilitario.
Un viejo adagio dice: "Di lo que haga falta, a quién le haga falta y cuando le haga falta; el qué y el cómo, no siempre somos proclives a definirlo". Cuán difícil es asir la palabra justa para esgrimirla en el momento adecuado y oportuno. Sin embargo, en la sana pretensión por explicar un concepto, podemos abusar de la imaginación. Si nos sentásemos apaciblemente en el umbral de la historia, contemplaríamos a muchos ciudadanos mirando con preocupación cómo se les pasa la vida en medio de la impotencia después de haber asumido que nada puede cambiar.
No podrá objetarse que en otra arista de ese tiempo, a la distancia, algún inquieto observador analice esa triste realidad con la subjetividad de aquél que no está involucrado en ella. De su sentido común, seguramente, aflore un razonamiento y de su lógica será dable deducir un interrogante posible: "El hombre no ha nacido para vivir acorralado en su propia inercia. Acaso ¿Puede resistir que de su inoperancia se sirva un destino que le excluye de su construcción?
El marco expuesto pretende descubrir y darle significación al diálogo instrumentado desde la presidencia de la nación. A la introducción dialéctica del acto trascendente -como lo es una convocatoria de esa naturaleza en afligida situación-, se la debe comprometer con la honorabilidad para que no resulte vulnerable en sus fines y concreción. Será menester que quien convoca y convocados, definan y conozcan el marco de referencia adecuado. La realidad social y política que vivimos generan determinados interrogantes. Por lo tanto, es en ese marco donde esos interrogantes encuentran su verdadero sentido y adecuada respuesta. Debemos acentuar con suficiente énfasis el significado esencial del mismo. Si bien la convocatoria define la estrategia del gobierno, debería encaminarse con buen tino hacia la construcción de un Proyecto Nacional que proponga y aspire ser la concepción estratégica de toda la comunidad argentina, del conjunto del pueblo argentino.
Una concepción estratégica es aquella que abarca la totalidad de la realidad a la que se refiere en su existencia y en su devenir. Cuando ésta se aplica a la vida de un pueblo abarca todos los elementos y los componentes de la comunidad política, abarca al pueblo y a su organización social e institucional, a su cultura, a su historia, a sus valores espirituales y a su riqueza material.
Para definir esta cuestión, necesitamos darnos cuenta que estamos en una situación de destrucción. Destrucción humana, destrucción social, destrucción del Estado, cuya superación requiere una urgente y necesaria tarea de reconstrucción. Esta magna labor no puede ser obra de un gobierno sino del conjunto organizado del pueblo, donde todos y cada uno de los ciudadanos se sientan protagonistas, incluyendo a los niños en un arduo trabajo de prevención y comprensión, con el fin de prepararles para que reciban una república limpia y nueva, considerándoles como próximos timoneles. Mucho más importante que el país productivo con el que se trilla en los últimos días, es el país educativo sin exclusiones. Nadie debe quedar afuera en esta propuesta, pero se requiere la decisión política desde los altos niveles de conducción del Estado para orientar el diálogo a la construcción de un proyecto de nación que recupere al pueblo argentino como sujeto productor de esa historia nueva, abarcadora de toda su realidad. El tiempo y la vida deben elevarse en una nueva y dignificante valoración. La reconstrucción del hombre argentino está pendiente, depende de nosotros mismos. O dicho de otro modo: Es obra de todos.