Dentro de los acontecimientos sociales que están caracterizando la vida de nuestro país, la ciudadanía está recurriendo a la práctica del escrache para manifestar su disconformidad con una persona, ya sea por lo que representa su propia figura, o por las acciones que lleva a cabo. Un comportamiento que no contribuye a mejorar los vínculos entre los distintos sectores de la sociedad, sino que por el contrario los lleva a enfrentamientos que en nada ayuda a los destinos de la Nación.
Los últimos escraches en público contra figuras del propio Gobierno nacional, son una muestra de intolerancia y de la carencia de medios, argumentos o representatividad para ofrecer mejores soluciones, con la que sólo se consigue lesionar o agredir impunemente.
La Academia Argentina de Letras, en su Diccionario del Habla de los Argentinos define al escrache como "una denuncia popular en contra de personas acusadas de violaciones a los derechos humanos o de corrupción, que se realiza mediante actos tales como sentadas, cánticos o pintadas frente a su domicilio particular o en lugares públicos”. Asimismo se dice que es el nombre que se da en nuestro país "a un tipo de manifestación en la que un grupo de activistas se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar”. Tiene como fin expresar una disconformidad , pero suele ser utilizado como una forma de intimidación y acoso público, dejando traslucir comportamientos que una sociedad democrática, que busca su realización por esta vía, debe evitarlos encontrando otros medios para expresarse.
Con el surgimiento, en la década del ’90, de la organización denominada "Hijos”, comienza en nuestro país la práctica del escrache. Es cuando se propone al barrio construir, entre todos, una movilización en repudio a un represor o cómplice de la dictadura que anda suelto por las calles.
Intentar solucionar los problemas sociales y comunitarios por esta vía, no es ninguna garantía ya que, generalmente, las irregularidades propias de un mal accionar de gobierno no son determinadas por individualidades, sino por estructuras sociales, políticas o económicas con causas internas o externas.
El escrache es una práctica que hoy debería dar paso a otras modalidades más pensantes y democráticas, fruto del accionar de una sociedad que tiene sus instituciones u organizaciones mejor capacitadas para resolver los asuntos con más altura que aquellos grupos que solo saben recurrir a la agresión o descalificación.