Algo menos de 400.000 peruanos de 42 etnias diferentes viven a orillas de los ríos que surcan la Amazonia y subsisten a base de plátano y yuca, mientras el mundo moderno atrae y asusta a un tiempo a estos hijos de la selva.
Los nativos amazónicos peruanos cobraron notoriedad mundial el pasado junio, cuando protagonizaron unos violentos disturbios que se saldaron con 34 muertos (24 de ellos policías) en la región norteña de Bagua en unas protestas contra una serie de leyes de alto impacto ambiental.
La selva y el río dan a estos indígenas todo lo que tienen: la madera y las hojas de palmera con la que construyen sus casas, los frutos que los alimentan o los embriagan, y el agua con la que se limpian. El Alto Paranapura es el hogar del pueblo shawi o chayahuita, como los llamaron los misioneros españoles. De aquí procede Alberto Pizango, el líder amazónico hoy asilado en Nicaragua por haber instado a la rebelión de sus hermanos en los sucesos de junio.
Los chayahuitas, al igual que casi todas las etnias amazónicas, forman poblados más o menos dispersos donde llama la atención la cantidad de niños que corretean junto a gallinas y perros entre las chacras (granjas). Si no fuera por la escuela, la vida de estos poblados sería pre-moderna, pero el Estado peruano, por lo demás ausente, ha introducido la enseñanza y ha conseguido al menos encuadrar a los niños.
Por supuesto, son escuelas superpobladas, con pocos profesores, deficientes instalaciones y escaso material, pero al fin y al cabo escuelas donde los niños aprenden los rudimentos de la lectura y las matemáticas y pueden sentirse parte de un país. La escuela sirve además como acicante alimenticio, pues el Programa Nacional de Alimentos entrega a cada colegio sacas de arroz, aceite y leche que se cocinan en una olla común y sirven para dar a los niños, a la hora del recreo, una comida caliente, para muchos la primera del día.
La salud es una de las asignaturas pendientes del Estado: los poblados chayahuitas cuentan con un botiquín o una posta médica con enfermeros, casi nunca médicos, para tratar las enfermedades clásicas de la selva: diarreas y vómitos en la estación seca, catarros y tos en la estación de lluvias.