El General San Martín.


"Llegar hasta aquí es bastante pero no suficiente". Fueron las palabras que San Martín dirigió a su tropa, antes de la Batalla de Chacabuco (12/5/ 1817) No pasaría a la historia como una arenga más, ni tampoco sería ésta una batalla más ganada por nuestro icónico héroe. Pienso en el ímpetu y la convicción que transmitía a sus hombres y puedo delinear el perfil de su liderazgo. Su fuerza estaba anclada en valores, por eso era moral. Aún resuena su célebre expresión: "seamos libres y lo demás no importa nada" (1819) También fue moral su estrategia que trascendía lo estrictamente militar. Creía en el valor de las utopías y lideraba para el bien. La Cordillera no fue obstáculo, tampoco su enfermedad ni la oposición que generaba su gesta. La realidad no era un límite sino una oportunidad. Puede decirse que su liderazgo fue carismático, ético, visionario e idealista.


No pretendo hacer una nota panegírica de alabanza a un grande como fue San Martín. Tampoco lo necesita. Sólo mostrar un estilo de liderazgo que se vuelve imperioso en tiempos de incertidumbre y crisis, como el que atravesamos.


En las sociedades, instituciones y empresas siempre hay dirigentes. Sin embargo, no es fácil encontrarse con alguien que lidere un grupo humano. Las diferencias son notorias. Por lo pronto, convengamos que dirigir es un oficio, mientras que liderar es un arte. El dirigente confía en la disciplina de sus partidarios, el líder se inspira en su carisma y en las convicciones de sus seguidores. Por eso el dirigente manda. mientras que el líder convence. El dirigente necesita un cargo para dar sus órdenes, el líder no necesita cargos ni atril para liderar. Su autoridad radica en la fuerza de su testimonio, sus convicciones firmes y su visión. Por eso no lidera quien quiere sino quien puede. Quien puede despertar en otros esa fuerza moral, individual o comunitaria que lleva al seguimiento. Los objetivos de un dirigente tal vez resulten nocivos para la sociedad. No pasará lo mismo con el líder. Su claridad mental y moral favorecerá el mejoramiento del ethos social. En el líder no hay lugar para egoísmos partidistas. Su carisma, don o talento siempre gratuito, siempre dado, será como imán que busca dar, servir a otros. Nunca usará la ley de la ligustrina: cortarla antes de que crezca demasiado. Por el contrario, será capaz de encauzar los talentos individuales para el bien del grupo. Por eso hablamos de liderazgos carismáticos, éticos y de servicio.


A veces las sociedades tardan en reconocerlos o dejarlos crecer. Para algunos intereses, estos liderazgos suelen ser molestos. Tal vez por eso tenemos más dirigentes que líderes. Nuestra realidad político-social es prueba de ello. No hacía falta una pandemia para corroborarlo. Pero la ausencia de líderes duele más en momentos de incertidumbre y angustia que en épocas de bonanza. Duele más ver como persisten intentos de eclipse en nuestra clase dirigencial poco propensa a dejar el escenario. Pero lo que más duele es la falta de aquellos a los que Luther King llamaba: "Orgullosamente inadaptados". Los liderazgos no se construyen con la cabeza baja y la mente cerrada. Creo que acá está la clave del liderazgo de San Martín y su verdadero legado: No renunciar jamás al hábito de pensar, ni a la fuerza inspiradora de un ideal.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo