En tiempos de pandemia, los que trabajamos en medios de comunicación tradicionales hemos recuperado la condición y la importancia de ser tales. Las noticias falsas o "fake news" que están a la orden del día demuestran que es momento de poner un freno a la mirada moderna que en estos últimos años nos había relegado a un segundo plano por sobre los "influencers" y operadores comerciales de las redes sociales.


La propagación del coronavirus por 188 países y las medidas implementadas para evitar más muertes pusieron a los medios en el lugar que vienen defendiendo pese a que muchos sectores sociales, políticos y de marketing se ocuparon de menoscabar para potenciar otras maneras de comunicar. Esas otras maneras tienen muchas ventajas demostradas pero tiene también falencias que residen en la incontrolable propagación de información malintencionada que busca confundir, errar, divertir y también propiciar caos cuando se requiere calma, e incluso puede provocar graves peligros para la salud. Es lo que viene ocurriendo; cada uno de nosotros que integramos grupos de Whatsapp hemos advertido cómo todo el tiempo se afirma información absolutamente equivocada donde se publican textos, documentos y hasta informes periodísticos que nada tienen que ver con la verdad. Esos informes falsos están diseñados con la precisión del mejor estafador y una gráfica que imita a los medios que ganaron prestigio a lo largo de los años para hacer caer en la trampa. Fíjense ustedes, se tienen que apoyar en el prestigio de otros para poder ganar terreno y esa es la mejor muestra de su debilidad.


Aparece ahora un nuevo término: "infodemia" y afecta al mundo entero.


Mario Riorda, académico, docente, politólogo e investigador, define "infodemia" como "un serio problema de desinformación que aumenta la propagación producto de la desinformación a escala masiva. Técnicamente es una epidemia de mala información, o bien mala información que posibilita una epidemia vía datos falsos, errados o maliciosos que se propagan por redes sociales". Está claro que lo único que busca es generar psicosis, y lo incomprensible es tratar de entender por qué o para qué. Hasta aquí lo único que puedo concluir es que la propagación de noticias falsas divierte al que las genera y su comportamiento es digno de un estudio sociológico-psiquiátrico que todavía está pendiente. Aún nadie ha reparado en ese enfermo, cuyo único objetivo es provocar daño.


La Organización Mundial de la Salud lleva varios años usando la palabra para referirse a la sobreabundancia informativa falsa y su rápida propagación entre las personas. Frente a este fenómeno, algunos analistas sostienen que cuando hay una emergencia sanitaria, las operaciones de desinformación pueden poner en riesgo la salud de millones de personas y establecen recomendaciones para el tratamiento correcto del tema y lo primero que han marcado es la importancia de informarse a través de medios cuyos periodistas pueden dar fe de lo que informan.


No voy a desconocer que en esta elección de la gente para regresar a los medios tradicionales de radio, televisión y gráfica para informarse de la pandemia; aparecen los buenos y malos periodistas que existen como lo existen también los buenos y malos de todas la profesiones y oficios sin excepción, pero que creo que el receptor tiene muy en claro de quiénes se trata y no menoscabaría jamás su percepción para identificarlos afortunadamente.


Cuando todo esto pase, habrá que hacer varias reflexiones de lo que nos dejó el coronavirus. Además de la estadística de muertos y contagiados dejará una mirada crítica de los sistemas y políticas de salud mundiales, de la labor de las gestiones administrativas estatales, bancarias y comerciales y también de la comunicación y de los comunicadores; espero que sea un antes y un después a tanto bastardeo informativo del que venimos siendo víctimas hace rato los periodistas pero que ahora fue más allá; incluyó a la gente, el único valor sagrado de nuestro objetivo de informar.