"Como hoja en brazos de vendaval, había sido violentamente arrancado de la infancia...para que esa bocanada de la vida me dejara entre los grandes, con cuerpo y alma de niño.''

Recuerdo que comencé el secundario con pantalones cortos. Pero llegó aquella hora que la sociedad tenía establecida y había que ponerse los largos. Creo fue a los catorce. Mi madre se vio en la necesidad de adaptar un pantalón de mi padre. Gris era, con rayas blancas. Y así me largué por la adolescencia con pasaporte de adulto.


En el barrio me miraron de otro modo. Los largos eran un gran viraje en la vida. Hoy, en un mundo bastante menos formal y también con menos códigos, al pantalón largo lo usan hasta los bebés. 


Con ese trofeo, a esa edad, de algún modo me sentí un hombre. Desde el refugio de lo que sólo era una niñez crecida, me pareció todo diferente. Sólo los hombres llevaban pantalones largos. Ahora ya no podría jugar a las balitas, coleccionar figuritas, decir "mamita'', sentarme en las rodillas de mi abuelo, patear las piedras, llorar, corretear libre, ni..... Como hoja en brazos de vendaval, había sido violentamente arrancado de la infancia frágil y placentera para que esa bocanada de la vida me dejara entre los grandes, con cuerpo y alma de niño. En ese nuevo territorio donde comienza a evanescerse el nardo de la inocencia, donde la estrella perseguida se empaña un tanto, porque aquella tardecita del cumpleaños "Ella'' dijo que yo le parecía muy mocoso; en esa comarca donde los azules comienzan a adentrarse en grises, donde las cosas que nos halagaban las manos tiernas se endurecen y proclaman incertidumbres; allí donde es necesario luchar cada palmo, me pareció aterrizar de golpe. Aquellos adoptados pantalones largos, reencarnaban jornadas de lucha anónima y digna de mi padre en el cuerpecito de un ser aún de barro, raptado abruptamente a la inmadurez. Con ellos crecí, con ellos experimenté de cerca el verdadero color de algunas cosas, la fragancia ácida de los desencantos y la acariciada eternidad del amor adulto. Con ellos entendí por qué mi madre nos cocinaba tan seguido papas con leche, por qué mi padre muchas veces llegaba a casa con la tristeza al tope y se desplomaba en la sombra más cercana; por qué un presidente de la Nación pudo enfrentar un asalto golpista con la frente alta, calificó de ladrones nocturnos a los asaltantes y dignamente se fue a retiró a una casa humilde; por qué mis padres lloraron; por qué una extraña tarde de vaya a saber qué día lloré una hora y media por una injusticia; por qué una canción que pueda uno parir tiene el estremecimiento que provocan los ojos de un animal al morir y la fuerza del llanto inaugural; por qué la vida es todo esto y muchísimo más, gracias a Dios.