En Yapeyú, en la actual provincia de Corrientes, cuyo nombre completo es Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, fue fundada en 1627 por el padre jesuita Pedro Romero, y donde nació un 25 de febrero de 1778 el hombre más grande de nuestra historia, don José Francisco de San Martín.
Él nos enseño el profundo y riguroso sentimiento del cumplimiento del deber, cuando, asediado por la miseria de los países y por la anarquía, tuvo que vencer todo tipo de obstáculo para construir un ejército que se proponía nada menos que dar la libertad de América, él nos enseñó a sobreponemos a todos los dolores, a todos las impotencias cuando enfermo emprende la magna empresa del Cruce de los Andes. Él nos indicó la bondad como norma en la lucha por la vida, cuando perdonó a sus enemigos, y se contenta con tratar con ironía a Marco del Pont, que había puesto precio por su cabeza. Él ejemplificó la suprema virtud del desinterés y la renunciación definitiva, cuando lo ha dado todo por la independencia de América y todo lo abandona para retirarse a la soledad y al olvido del destierro voluntario. Él nos mostró la virtud de la pobreza, cuando renuncia a parte de sus sueldo, y vive estrechamente, evadiéndose de la ostentación y el lujo; él nos predicó el amor por la cultura en época de luchas enconadas y guerras sangrientas, cuando destina miles de pesos que le obsequian, para crear la biblioteca de Santiago de Chile. Años antes había creado la biblioteca de Mendoza e hizo lo mismo en Perú cuando fundó la Biblioteca Nacional, donando los libros de su librería personal. Él divulgó las virtudes domésticas como buen esposo y padre amantísimo, dando severa lecciones de piedad a su hija; él nos enseñó a elevarse más allá de las deleznable condición humana para no contestar a todos los insultos, a todas las confabulaciones, a todos las ingratitudes, porque el corazón granítico de los hombres templados en la lucha no cede ni ante la acción destructora del tiempo, ni ante la calumnia o la intriga de los hombres.
Por eso San Martín es dos veces grande: venció al enemigo y se venció a sí mismo con un renunciamiento que lo hizo más grande entre los grandes. Esa es la lección que en los tiempos perdurará mientras haya un argentino de corazón bien templado. No debemos ir a buscar ejemplos ni imitaciones en ninguna parte, cuando tenemos en nuestra historia la página más pura que la humanidad ha producido hasta nuestros tiempos. No debemos buscar inspiraciones extrañas cuando el General San Martín, allá en los Andes, a casi 200 años, dejó escrita para todas las generaciones la gloria y la forma de alcanzarla.
El mundo cambia, sin duda, pero algunos principios, algunos valores, tienen vigencia eterna.
Pienso que hoy, contemplándolo con la objetividad que nos da la distancia en el tiempo y más de un dolor y frustración de nuestra patria, de nuestro pueblo, la presencia querida, la memoria del entrañable don José de San Martín se agiganta contra el horizonte, y cobra una actualidad palpable tangible con su ejemplo valiente y señero nos ayuda a salir de toda confusión de valores.
Felices los pueblos que poseen próceres del tal magnitud, porque al natural orgullo de ser de la misma patria, les queda también el ejemplo inapreciable de su guía, del simbolismo de una existencia cuyo nombre cubre a su pueblo como bandera inmaculada, y lo que es más grande todavía, el índice de una trayectoria que crea obligaciones, pues marca el inalienable camino del cumplimiento del deber.