El fenómeno de los barrabravas está particularmente ligado al fútbol profesional y si bien la Justicia ha procesado a varios cabecillas por actos de salvajismo y amenazas, los grupos siguen actuando y adaptándose a las circunstancias, gracias a un manto de impunidad política e institucional, según indican los hechos.

Los últimos pronunciamientos judiciales confirman la estimación. El juez de Instrucción porteño Rodolfo Cresseri procesó, sin prisión preventiva, a cuatro barrabravas de River Plate por amenazas coactivas contra el árbitro Sergio Pezzotta en el entretiempo del partido ante Belgrano de Córdoba, que derivó en el descenso "millonario”, el 26 de junio pasado. El otro caso emblemático es el de los que se disputan el liderazgo de la barra de Boca Jrs., Mauro Martín y Rafael Di Zeo, que no podrán ingresar a ninguna cancha del país, según lo dispuso la semana pasada la Fiscalía.

Son casos testigos en la memoria colectiva gracias a la difusión televisiva de los desmanes, que no merecen mayores comentarios, pero sí la necesidad de revertir el poder de los barrabravas organizados en verdaderas asociaciones ilícitas y no sólo del fútbol, sino también sindical y política. Lo hicieron encabezando la violenta toma del Parque Indoamericano, en diciembre pasado, en la Capital, siendo procesados sin prisión preventiva por el delito de intimidación pública los barrabravas Julio Capella y Diego Gerino, filmados uno empuñando un arma y el otro agrediendo a pedradas. Incluso integrantes de la barra brava de Chacarita produjeron incidentes en Catamarca, durante las elecciones de 2003 para gobernador, por haberse impugnado la candidatura de Luis Barrionuevo, que presidía ese club.

Cada barra brava tiene sus medios de financiación, aunque generalmente obtiene ingresos por el dinero que le aportan dirigentes, políticos y jugadores, la venta de drogas, los "trapitos” o cuidacoches y la reventa de entradas, delitos que, según algunas denuncias, muchas tienen complicidad policial en Buenos Aires.

En nombre de la defensa de los colores y la mística de un club, los barrabravas incursionan en un salvajismo que amenaza a toda la sociedad. El mal debe erradicarse desmantelando sus siniestras estructuras funcionales y elaborar un registro de inadaptados con penas absolutas o temporales, para impedirles el acceso a todo espectáculo con afluencia de público.